Para entender el fenómeno del feminicidio en México

Por Fátima García

Quisiera abrir mi participación con una frase de Borges que me estremeció profundamente cuando la leí por primera vez y decía: “…y la palabra infamia aturde en el título, pero bajo los tumultos no hay nada”
Cuando en 2017 se me invitó a investigar y publicar sobre el tema del feminicidio en México, noté cómo la infamia era plasmada en los distintos actos de crueldad perpetrados contra las mujeres de cualquier edad, contra lo femenino; esa infamia, como lo protesta Borges, desde luego me aturdió y fui marcada con un recuerdo acompañado de un rechazo hacia tema que ha sido superado a través de mi palabra, mis líneas y desde luego, mi analista que ha contribuido en mi formación como psicoanalista desde hace muchos años.
Perder la reputación y el honor es, y ha sido históricamente tanto el destino consumado como el destino atroz para muchas mujeres alrededor del mundo. Como destino consumado, nos lleva a pensar en todas aquellas acciones violentas que las mujeres sufren por el simple hecho de ser mujeres, hasta el punto de quitarles la vida, tal y como sucede en el caso de los feminicidios. Y como destino temido alude al silencio que las mujeres interponen a la expresión y manifestación de sus deseos, sus opiniones e ideas, cuando éstas podrían resultar abierta y explícitamente contrarias o divergentes al modelo de feminidad interpuesto por la moralidad patriarcal, o cuando son representadas como atentados contra el poder y privilegios de ciertos hombres.
Para comprender el fenómeno del feminicidio en nuestro país, es importante poner sobre la mesa la diferencia entre homicidio y feminicidio. De acuerdo con Marcela Lagarde y de los Ríos, antropóloga feminista quien acuñó el término en México en 1994, afirma: “el feminicidio es una voz homóloga a homicidio y solo significa asesinato de mujeres”. Por eso, para diferenciarlo, prefirió el término de feminicidio y denominar así al conjunto de violaciones a los derechos humanos de las mujeres que contienen crímenes y desapariciones de éstas, y que desde luego, fueran identificados como crímenes de lesa humanidad.
El feminicidio es el genocidio contra las mujeres y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, la salud, las libertades y vida de niñas y mujeres.
Sin embargo, citando nuevamente a Marcela Lagarde, “el feminicidio es un crimen de Estado”. Tengo también los suficientes argumentos para sostener que al Estado mexicano lo único que le interesa es negar las cifras, negar las diversas historias, justificar a través de medios de comunicación, hacer alarde de su narcisismo político minimizando los crímenes y dándoles carpetazo haciendo uso de frases tan banales como “ella se lo buscó”, “estaba metida en cosas chuecas”, “por andar pisando los callos al diablo” y, por lo tanto, los protocolos en cuanto a las líneas de investigación siguen siendo insuficientes.
Aunado a esto, la impunidad se legitima cuando la justicia se vuelve cómplice de los agresores, se torna en un silenciamiento atroz donde tal pareciera que en este sistema está estipulado por el dividendo de la masculinidad en las sociedades patriarcales, tal como lo señalaba Rita Segato en 2016. Resultó que como un mandamiento constitutivo de la masculinidad hay que aprender a callar a las mujeres, de esa manera, el devenir hombres.
Como mujer, quizá simbólicamente pueda hablar de ese silenciamiento cuando aquella tarde de 2018 fui testigo del feminicidio de una mujer a manos de cuatro sicarios, donde además de ver su angustia desesperada y los intentos por salvar su vida, me vi también en esa línea delgada entre la vida y la muerte esperando solamente lo inesperado, tal vez vivir o tal vez morir, sabiendo que si vivía había que callar porque entonces la siguiente habría sido yo, convirtiéndome así en una cifra más de feminicidios, anulando mi ser mujer como lo hicieron con aquella chica, que permanece ahora en la memoria de su familia mas no del Estado.
El hablar de feminicidio no solo revela las situaciones extremas de la violencia sobre la mujer, sino cómo en los usos y costumbres sociales, la discriminación es vista como algo natural en nuestra sociedad y, tal pareciera que tanto mujeres como hombres en México nos hemos convertido en simples piezas de ajedrez que podemos ser eliminados por la mano invisible, la mano poderosa capaz de decidir quien vive y quien no.