Las relaciones de poder ¿grupos en Telegram? (primera parte)

Por Fátima García

¿Habían escuchado hablar sobre las Islas Salomón? Cuando los nativos quieren una parte del bosque para cultivar, no cortan los árboles, solo se reúnen alrededor del árbol y practican una forma especial llamada “La magia de la maldición”, comienzan a gritar insultos, lo maldicen y, en cuestión de días, el árbol se marchita, mueren las raíces y finalmente, cae al suelo.
Sin duda esta extraordinaria reflexión nos dirige la mirada hacia las formas en las que el discurso dominante ha penetrado en las capas más finas de la subjetividad contemporánea. Tal pareciera que, de alguna manera, este descalabro denominado “La magia de la maldición” comienza desde antes que un hijo nazca; los padres comienzan a crear expectativas muy altas para que el infante obtenga todo el éxito, que será proporcional a la posibilidad de adquirir todo lo que pueda desear actuando desde luego, en pro del ejército de la maquinaria económica de consumo voraz, convirtiéndose, al mismo tiempo, en ese zoon politikón del que hacía referencia Aristóteles “Compro luego existo”.
Este será el andamiaje simbólico que soporte la niñez; luego, la televisión, las telenovelas, las series de NETFLIX y, desde luego, las redes sociales serán su primera nana y escuela para ellos; se educarán con base en imágenes que pronto les enseñarán que lo que vean, será lo único que cuenta, les propondrán personas en lugar de discursos; los niños aprenderán que, para ser hombres deben poder hacer callar a las mujeres y tener dominio sobre ellas, mientras que las niñas, aprenderán que las formas de llegar al éxito, de ser vistas y no sentirse falladas en este mundo de necesidades y demandas las conducirá a abrir las puertas a satisfactores imaginarios encaminados a cirugías plásticas, la exhibición de sus rostros, a estar siempre a la vanguardia, mantener una sonrisa linda, decir frases elocuentes, a tener pensamientos y abstinencias alrededor de la comida… vamos, todo lo que tenga que ver con su imagen corporal, siendo que tanto para hombres como para mujeres, la sexualidad entrará en esta lógica de consumo y cultura de lo desechable.
Bien decía Tomás Moro en el siglo XVI “Dejáis que se eduque a los niños deficientemente y que sus costumbres se corrompan desde sus primeros años, pero después los condenáis, al llegar a hombres, por faltas que en su niñez ya eran previsibles…” ¡Tremendo discurso, cuánta razón!
Ahora los valores y principios de la vida están dictados por las pantallas, la palabra, el pensamiento propio han sido relegados a un decir impositivo de las plataformas virtuales formando una actitud pasiva, donde la tarea será única y exclusivamente mirar y escuchar, anulando los recursos para la elaboración y búsqueda de elementos de juicio para normar un criterio; hoy cualquier discusión en los medios será más importante y, para muestra un botón, pues tal pareciera que ha cobrado mayor relevancia el pleito de Alfredo Adame que las tensiones entre Rusia y Ucrania que están alimentando los verdaderos temores de una invasión y una tremenda desestabilización que puede repercutir en el mundo entero; como si esto fuera otro simple espectáculo más que vende.
¿No acaso la paz merece que le prestemos tanta atención como la guerra?
Aquí, lo más evidente es lo más difícil de ver, ya que la vulnerabilidad y desprecio sistemático de los derechos humanos han promovido una amnesia social encaminada a establecer espacios sin ley en los que los valores, la dignidad propia de cada ser deben ser primero marchitados y luego impunemente asesinados gracias al dispositivo de poder, que, tal pareciera, cada día se ha ido perfeccionando.
Nos hemos convertido en una servidumbre voluntaria, en esclavos sin conciencia de nuestras cadenas, atrapados en el exceso y la desmesura de la pasión, en seres que no pueden resistir su propia inmolación, que no temen ni se amedrentan frente a ningún riesgo, al contrario, entre más expuesta esté la vida, cuanto más amenazada se encuentre la integridad física o psíquica, tanto mejor, como si esto fuera un sufrimiento erotizado, pero ¿por qué no podemos dejar de besar el látigo que nos fustiga? ¿no acaso la existencia hueca, vacía, aplanada es peor que la muerte misma?
Big Brother fue desplazado por ese espacio intangible pero latente de las redes sociales, en las que circulan y se crean imaginarios sociales segundo a segundo. Ciertamente, los pobres de mente y espíritu han existido siempre, la diferencia es que hoy parecen multiplicarse, pero ¿por qué si aparentemente estamos conscientes de ello insistimos en reducir nuestro cuerpo al estatuto de un simple pedazo de carne para luego ser exhibidas como lo ocurrido con un grupo en Telegram? ¿por qué a pesar de los peligros insistimos en retratar lo más valioso de nuestro cuerpo poniendo en evidencia que también nosotras las mujeres hemos insistido en formar parte de ese capitalismo salvaje? ¿no acaso lo retratado en una foto exige algo de nosotras las mujeres? ¿por qué hacemos que nuestras imágenes desnudas funcionen como estímulo sexual llegando a quienes no conocemos? ¿no será que también estemos siendo cómplices en echar a andar “La magia de la maldición” sobre nosotras mismas? ¿no acaso aquellos comentarios deleznables nos marchitan y matan nuestra subjetividad para luego ser derribadas como como aquellos árboles de las Islas Salomón? ¿por qué no nos podemos dar cuenta que al subir fotos semidesnudas les hacemos creer a ciertos hombres que tienen ese derecho de propiedad sobre nosotras? ¿por qué hemos insistido en dar ese primer paso a la profanación de nuestros cuerpos?