Violencia infantil

Fátima García

Estoy asustado, mi papá me ha enseñado a disparar;
me ha llevado esta mañana a matar gatos con su pistola.
Manuel (12 años)

Todavía recuerdo aquellas palabras de Manuel cuando se acercó a mi oído para contarme en voz bajita lo que su padre había hecho, mientras, su madre, en silencio, como si no se diera cuenta de la magnitud de aquella infamia, solo escuchaba y reía tímidamente; fue como entonces retumbó en mí aquella frase de Robert K. Ressler, quien decía que, los asesinos, muy a menudo son niños que nunca aprendieron que está mal hacer daño a los animales.

Era evidente el poder y control de aquella figura de autoridad que logró desdibujar la voluntad de su hijo mediante la obediencia, pero ¿cuál fue el propósito de enseñarle a disparar a seres indefensos? ¿manipular un arma? ¿o simplemente un desahogo iracundo asesinando seres vivos indefensos sin el más mínimo remordimiento?

Quizá este ejemplo que sucedió hace un par de años nos conlleve a pensar en aquel proverbio africano que dice: “El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la aldea para hacerle sentir su calor” ¡Cuánta razón hay en eso!

Sin embargo, esto también me recuerda nuevamente a las Islas Salomón, pues los nativos, cuando quieren una parte del bosque para cultivar, no cortan los árboles, solo se reúnen alrededor del árbol y practican una forma especial llamada “La magia de la maldición”, comienzan a gritar insultos, lo maldicen y, en cuestión de días, el árbol se marchita, mueren las raíces y finalmente, cae al suelo.

Sin duda esta extraordinaria reflexión nos dirige la mirada hacia las formas en cómo la violencia ha penetrado en las capas más finas de la subjetividad contemporánea. Tal pareciera que, de alguna manera, este descalabro denominado “La magia de la maldición” nos conlleva a pensar que detrás de cada niño golpeado o abandonado, de cada adolescente que ha sufrido abuso sexual, detrás de cada joven que es maltratado, hay siglos de silencio. Aclaro que esto no es una metáfora sino una descripción literal.
Se ha vuelto tan común afirmar que el tiempo presente es particularmente violento, ciertamente, el mundo es cada vez más incierto, vivimos tiempos convulsos, la vida misma se ha convertido en un problema sin salida, porque tal pareciera que la violencia ha ocupado un lugar primordial donde de pronto hasta los infantes, también se convirtieron en un flagelo para la sociedad.
No vamos a negar que a ellos les ha tocado la peor parte; la pobreza, la desnutrición, la impiedad de los adultos, la violencia intrafamiliar, la influencia de los medios de comunicación masiva… problemas que se han convertido en la piedra angular, siendo que este último resultó ser el andamiaje simbólico que soporta a la niñez, pues la televisión, las telenovelas, las redes sociales, los videojuegos, las series se han convertido en su primera nana y escuela para ellos. Ahora se educan con base en imágenes que pronto les enseñarán que lo que vean será lo único que cuenta, les propondrán personas en lugar de discursos.
Bien decía Paulo Freire que cuando el hombre pretende imitar a otro, simplemente ya no es el mismo.
Sin embargo, tampoco podemos negar el éxito del entretenimiento, todos hemos sido testigos como precisamente, ciertas series o películas han arrasado por su masividad ofreciendo modelos agresivos de comportamiento que pueden llegar a ser imitados por la sociedad indócil a la razón, o simplemente, cuántos niños y jóvenes son hábiles y pasan las horas en los videojuegos de matar.
De igual manera, se nos ha enseñado a ver las actividades delictivas como algo normal, resultó que, diariamente, en la pantalla chica, los secuestradores y asesinos de pronto se conviertieron en héroes a los que hay que admirar y aplaudir, también resultó normal ver cómo los asesinatos se han convertido en un espectáculo más que vende, vemos cómo mueren los personajes, cómo agonizan cuando les entran balas o son atravesados por armas punzocortantes, pero curiosamente nos espanta la violencia en las distintas sociedades, sentimos indignación cuando un adolescente toma las armas para disparar en contra de otros inocentes, hemos perdido de vista la verdadera realidad, ¡Cuán contradictorios somos!
No cabe duda, tal pareciera que es como si este malestar nos volviese a remitir a la Divina Comedia (Canto XI), donde hay que descender lentamente al infierno, a fin de acostumbrar a nuestros sentidos a estre triste hedor para después no tener necesidad de precavernos de él.
Aclaro que, con esto, no estoy diciendo que los niños o jóvenes sean violentos por culpa de los programas, series o videojuegos, pero a través de ellos han aprendido muy bien las creencias sociales en torno a la violencia.
Tomando en cuenta lo que nos ha tocado vivir día a día, me pongo a pensar que cuánta razón tenía la novelista española Ana María Matute cuando publicó esta frase: “El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te saquen del pozo, hay que inventar la vida, porque acaba siendo verdad”.
Simplemente, magnífica…