Un poemario para leer con la piel

Abel Pérez Rojas

En Argentina ha comenzado a circular Fruta prohibida, el más reciente poemario de la escritora mexicana radicada en aquel país, Adriana Terán, conocida en el ámbito literario como Poetisa Cálida.

Fruta prohibida es un poemario de corte erótico que se suma a la amplia lista de obras de quien, además, se distingue como promotora de la cultura mexicana e integrante del movimiento científico y cultural Sabersinfin.

Adriana Terán me confirió el honor de escribir el prólogo de este libro, editado en Argentina y que estará disponible en nuestro país en breve.

Como adelanto, y con autorización de la autora, comparto el texto que encabeza la obra.

Bajo el título Un poemario para leer con la piel, presento el prólogo que acompaña a esta nueva entrega lírica.

Hay libros de poesía que se observan con los ojos y se perciben con el alma, pero este funciona diferente: es necesario leerlo con la piel y dejar que los ojos –ojalá cerrados– despierten cada emoción oculta. Fruta prohibida, de Adriana Terán –Poetisa Cálida en el ámbito literario–, es de esos libros que no se limitan a la lectura; se viven, se respiran y se tocan. Con esta obra, la autora da un paso firme en un trayecto poético de origen íntimo y de aspiración rupturista, que se mueve entre la sensualidad, la espiritualidad y la insumisión frente a los mandatos sociales.

En sus páginas, Terán concentra y despliega la raíz de su creación: el deseo como fuerza universal, la mujer como territorio consagrado, la experiencia amorosa como un viaje hacia lo trascendente. Su palabra, cuidada y explícita, transforma la intimidad en un mapa de erotismo y emancipación. Más que un libro de poemas eróticos, Fruta prohibida es un itinerario lírico de libertad, vulnerabilidad y autodescubrimiento.

Desde la introducción, la autora reformula el mito de la fruta prohibida y lo despoja de su sentido meramente religioso para convertirlo en metáfora de todo aquello que desafía normas y despierta curiosidad. No es casual que recurra a referencias bíblicas, cabalísticas y gnósticas: su poesía no solo se encarna en el cuerpo, también roza lo místico. La fruta prohibida se presenta, en su visión, como un tránsito entre lo terrenal y lo espiritual, entre la dispersión y la unidad, entre la caída y la elevación.

Cada poema funciona como una estación de este recorrido iniciático. Textos como “Acaríciame”, “Poetas amándose”, “Deleitosa embriaguez” o “Confluencia faraónica” conducen al lector a escenas intensas en las que la voz poética se despoja de toda coraza para explorar placeres, memorias y fantasías. En la mirada de Terán no hay timidez: hay coraje, curiosidad y ternura. Ese equilibrio hace del erotismo no una mera provocación, sino una afirmación de vida y una reivindicación del cuerpo como templo y de la palabra como acto de liberación.

Sobresale, además, la pluralidad de registros. Algunos textos tienen la transparencia confesional de una carta; otros invocan imágenes mitológicas, egipcias y griegas, llamando a Afrodita, Horus, Bastet o Thoth como cómplices del deseo. Esa amplitud revela a una autora que hibrida culturas y géneros sin temor: Poetisa Cálida transita con fluidez
de lo cotidiano a lo arquetípico, de la cama al cosmos.

En lo formal, Fruta prohibida se apoya en el verso libre, con respiraciones largas y cadencias pausadas que invitan a leer despacio y con todos los sentidos. No es un poemario para consumir en una sola lectura; más bien se disfruta como una degustación, fruto a fruto, poema a poema. Así Adriana Terán reafirma una voz madura y sostenida, capaz de crear una unidad temática sin caer en repeticiones.

Pero este libro es algo más que erotismo. Tiene una dimensión simbólica y social. En tiempos en que el cuerpo femenino continúa siendo regulado y observado, escribir desde la sensualidad y la autonomía es un gesto político. Terán reivindica la experiencia de la mujer madura y la sabiduría del deseo, desafiando silencios de siglos. El resultado es un poemario audaz, heredero del erotismo latinoamericano, pero también cercano a las nuevas sensibilidades feministas.

Este prólogo es también una invitación a mirar a Adriana Terán más allá de Fruta prohibida. Su trabajo como promotora cultural en Argentina y México, su participación en colectivos y academias, y su constante acción cultural la convierten en un nodo vital de intercambio poético. No es solo una autora de versos: es tejedora de redes, creadora de espacios, impulsora de comunidades. Un privilegio tenerla como parte del movimiento científico y cultural Sabersinfin.

Leer Fruta prohibida es, al final, aceptar la tentación de lo prohibido como puerta hacia la libertad. Cada poema es un umbral: al atravesarlo se abandonan capas de tabú, moral y prejuicio para encontrarse con la esencia humana, allí donde eros y logos, cuerpo y palabra convergen. Tal vez esa sea la gran virtud de Adriana Terán: convertir el erotismo en un camino de autocomprensión y plenitud, sin renunciar al riesgo ni a la belleza.

En una época marcada por la inmediatez digital, un libro así nos recuerda la importancia de detenernos, sentir y reflexionar. Nos enseña que la poesía puede ser un acto de presencia radical, de escucha interior y de celebración del otro. Fruta prohibida además de hablar de pasiones ocultas; es también una especie de manifiesto de honestidad y un canto a la complejidad humana.

Abrir este poemario es asistir a un banquete sensorial y espiritual. Entre sus páginas hay frutos rojos de palabras, semillas de memoria, néctar de deseo y savia de conocimiento. Es un libro para leer con detenimiento, apertura y todos los sentidos despiertos, dispuesto a descubrir que la transgresión no está en la fruta, sino en la mirada que se atreve a probarla.

Sin lugar a dudas, Fruta prohibida es un poemario que se lee y se siente con la piel.

Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta