Por demás interesante resulta que a casi 76 años de su muerte –a cumplirse en agosto próximo– el semblante de Jorge Cuesta siga manteniéndose latente más allá del círculo literario que lo reclama, y cada vez más lejos de su “leyenda negra”, tratada con bastante precisión. Allegado al grupo de Contemporáneos, sería difícil si no fuera motivo de atracción; convoca lectores con cada minucia pública.
Su vida, como es natural en estos casos, ha sido retratada –al menos en lo literario– en varias novelas, destacando “A pesar del oscuro silencio”, de Jorge Volpi, y “Dos veces única”, de Elena Poniatowska, ópticas diferentes que bien pueden entrecruzarse en el símbolo del amor perdido, consecuente apropiación del fatalismo.
Sin embargo, Jorge Cuesta atrae reflectores en lo académico, búsqueda irremediable para desentrañar su lírica –entre las más complejas del siglo pasado– gracias a recursos que supo explotar y, más importante, no conforme con el resultado, reelaborar hasta ofrecer nuevos sentidos de una misma expresión, característica que generaciones posteriores verán como materia prima en ensayos.
Ya Louis Panbière se ha encargado de entregar el retrato más cercano del poeta en un extenso material, referencia inmediata, cuando sobre Jorge Cuesta se trata, “Itinerario de una disidencia”, mismo que por su importancia y trabajo investigativo –documental, hemerográfico– no será superado al menos en varios lustros, aunque su imagen resurgió durante 2016 con “Los Contemporáneos y su tiempo”, exposición sacó a “los jóvenes” del letargo impuesto por el propio ambiente cultural.
Atractivo es que iniciando el año la pluma –en uso estricto del término– del también crítico vuelva a leerse, ahora a manera de una carta catalogada como “inédita” y publicada por Sergio Téllez-Pon en las páginas de “Confabulario”, en “El Universal”. Precisamente, en aquel diario la mayoría del grupo comenzó su labor literaria cuando apenas superaban los años de preparatoria; Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, son dos ejemplos de este ejercicio hacia 1919.
En “Una carta inédita de Jorge Cuesta”, el autor sitúa históricamente el momento en que fue redactada la misiva, y aporta ciertos elementos para entender las “penurias” que éste vivía al encontrarse en París, Francia, y su urgencia por regresar a México. El motivo, su relación amorosa con Guadalupe –Lupe– Marín, quien a su vez estaba por divorciarse de Diego Rivera; en tanto la espera mantenía a Jorge Cuesta en un “triángulo” sin margen de acción para el nacido en Córdoba, Veracruz.
Dedicada a Octavio G. Barreda, íntimo amigo del grupo y reconocido escritor, la carta vuelve a exponer semblantes personales de Jorge Cuesta que derivarán –a su vez– en episodios sombríos. Cuando fenece la relación con Guadalupe Marín, ella escribirá auspiciada por el propio muralista “La única”, texto que servirá como reflejo del aspecto más negativo de Cuesta.
Recordado por su portada, “La única” simboliza la entrega del poeta al escarnio, burla social que deberá enfrentar por el resto de su vida. Al frente, queda situada Guadalupe Marín, surgida en dos cabezas y portando entre manos una bandeja que alardea del mismo Jorge Cuesta: degollado, con el pómulo izquierdo caído y de su sangre –en cursivas–, el título.
El tono de la misiva es consecuente con su estilo sombrío, preocupado más por explicaciones a Diego Rivera que el estado emocional de Guadalupe Marín, aunque es latente su falta de recursos económicos para regresar a México, aún refleja esperanzas por visitar otras ciudades europeas, planes truncados. Recalca su pobreza y la aprobación necesaria que buscaba de la misma familia de quien fuera su esposa.
Esta faceta epistolar de Jorge Cuesta reafirma las vías investigativas que han girado en torno de su vida. Si bien en lo estrictamente literario no hay cambios, es de llamar la atención que esta misiva sea publicada al comienzo del año.
Aunque no se aportan más detalles sobre la manera en que llegó a Sergio Téllez-Pon, es interesante esperar si a la postre será incluida en materiales revisados sobre el crítico, abonando a completar sus “Obras” completas, las cuales bien deberían ser tratadas con visiones amplias y rastrear otros materiales para incluirlos, pues con los Contemporáneos –como se ha demostrado– todavía dista de cerrarse el círculo.