Tiempos de liquidez (segunda parte)

Por Fátima García

Don Juan es un seductor sobrepasado hoy en día,
muy pequeño, nada comparado con el capitalismo
que seduce sin parar a millones y millones de
hombres, mujeres, niños, viejos…
Guilles Lipovetsky

Tiempos líquidos, también lo expresaba Bauman, tiempos del tránsito de una modernidad aparentemente sólida, donde las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario ni pueden servir como marcos de referencia para la acción humana. Tiempos de fragmentación, bien decía, de renuncia al pensamiento y, que a la vez nos exigen a abandonar nuestros compromisos, pero también nuestras lealtades.

Ciertamente, tanto niños como jóvenes han sido herederos de estos tiempos líquidos, aunque tiempos de la vida, como lo expresaba Platón, pero tiempos irresponsablemente afortunados que juegan a los dados, al azar, que se instauran como la carcajada, el desvarío, la pregunta o la acción discordante, que les presenta “lo nuevo” a “los viejos”, que se definen ante un mundo que le otorga valor a su existencia y los obliga a replantearse una y otra vez si la vida vale la pena o tal vez merezcan una muerte lenta, pero como decía Galeano, aquellos en estado de pobreza y marginación son los que más sufren la contradicción entre una cultura que, por un lado los manda a consumir, y por otro, les muestra una realidad económica que se los prohíbe.

Esta es la Era de la Liquidez, del goce, de las apariencias, de los cuerpos hermosos, de los filtros, de las ropas de marca, donde todos transitan por las avenidas de la alta tecnología, pero también es la era de los cansancios, de los déficits, de la depresión, la ansiedad, los intentos de suicidio, de la compulsión por no parar de consumir.

Aquí no hay lugar para el amor, la oración a Dios cual sea la religión, la solidaridad o los actos subversivos, como pensar y dar espacio a la palabra; todo discurre de manera efímera que nos ajusta a un tipo de consumismo basado simplemente en esa imagen e inmediatez, incluyendo el amor, donde las plataformas sociales, insisto, han sido el mayor logro del capitalismo actual, que nos han conllevado a esa alineación radical, que ha ido desplazando poco a poco el pensamiento propio por los memes graciosos, las imitaciones simpáticas, donde incluso la gente adulta juega ahora su creatividad infantil con la óptica ajena, tratando de ser todo menos ellos mismos y buscando necesariamente la aprobación paterna en la Internet.

Insistimos en no ver lo que realmente nos aqueja, incluso hemos preferido cambiar la realidad por discursos de idealistas meramente absurdos, que discrepan de los comportamientos psicológicos y sociales del hombre como Paulo Cohelo; como si compartir un meme de aparente superación nos hiciera buenos ante la mirada de otros. Esto también nos ha arrastrado a un terreno pantanoso e infantilizado de las indefiniciones y banalidades, pues esto vuelve a demostrar la incapacidad del hombre para generar sus propios discursos a partir de su propio pensamiento, convirtiéndose en adultos infantiles como lo refiere el filósofo danés Svend Brinkmann en sus obras.

Quizá ahora podamos entender el gran temor que sintió Tomás Moro, quien dudó de publicar su magistral obra “Utopía”, pues aún en su época, donde los tiempos no eran de esta liquidez que ahora vivimos protestó: “Son tan diferentes los gustos de los seres humanos, tan torpes las inteligencias de algunos, tan ingratos los ánimos, tan absurdos los juicios, que les son más simpáticos los que les conceden una vida alegre y suelta a los que se molestan con preocupaciones y con el estudio de algo que les pueda servir de provecho…”

Sin duda, estamos revolucionando por completo nuestro sentido de vida, principalmente en la forma de pensar y, como consecuencia, de actuar. Estamos en un mundo competitivo y sin piedad, donde todos quieren estar en la cima y buscan ser los mejores sin importar las necesidades de los demás. Todos se esfuerzan día a día por alcanzar algo, avanzando, sin importar si somos lastimados en el camino.

En este estallido del lenguaje y en esa fractura de la representación, en ese espacio tan impuro, tan incierto, tan ausente, tan profano tan desmetaforizado y vacío de sentido, donde la nada habita y acoge al mismo tiempo, donde la no verdad, como decía Nietzsche, se ha vuelto una condición de vida.

El lazo social ya se ha roto, las interacciones humanas se están limitando a emojis de corazón y pulgares hacia arriba pensando que eso nos da aprobación y, de esa forma, tenemos un lugar ante la mirada de otro; muchos han dejado de mirar y admirar un atardecer, un cuadro, de poner atención a las estrellas o a una simple flor, hoy pocos se recrean en autores antiguos, pues para muchos, son tan poco simpáticos que no admiten bromas y, por lo tanto, es un gran equívoco abrir un libro viejo. Lo de hoy es tener el celular siempre a la mano y cuidado de que no se caiga Facebook o WhatsApp, porque tal pareciera que esos colapsos se convierten en una hecatombe para la subjetividad.

¿No es acaso una contradicción? Por un lado, el sujeto ha puesto de manifiesto su existencia ante miles de personas, quizá ante millones, pero al mismo tiempo está en la soledad de sus cuatro paredes, increíble que una simple pantalla eche a andar el imaginario social. Las promesas de felicidad son muchas, pero ¿por qué entonces la melancolía está permeando la cultura contemporánea y se ha convertido en el ingrediente principal de nuestra sociedad mexicana? ¿por qué hoy en día hay más consumo de medicamentos como Rivotril o Citalopram en jóvenes y adultos? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de poner en palabra aquello que nos aqueja? ¿qué está sucediendo? ¡Cuánto dolor no dicho!

Como bien decía Rosa Montero: “El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos lo primero que te arranca es la palabra”

…Pero, en estos tiempos de liquidez ¿cómo?