Tiempos de liquidez (primera parte)

Por Fátima García

“Nuestros tiempos son tiempos de mediocridad,
de falta de sentimientos, de la pasión por la ignorancia,
de pereza, de la incapacidad para empezar a hacer algo
y el deseo de tener todo ya hecho”

Fiódor Dostoievski

Bien decían que cuando Dostoievski describió en sus novelas cómo las ideas tienen el poder de cambiar las vidas humanas, sabía de lo que estaba hablando, pues sus grandes obras lograron una síntesis monumental de su pensamiento, además, estaba convencido de la necesidad de lograr un cambio radical en los destinos sociales y morales de la humanidad.

Tomando en cuenta este argumento, si hay algo que ha caracterizado a las sociedades modernas, ha sido la relativización de los valores y la moral, el subjetivismo y la deconstrucción cultural. Extraordinario el gran Fiódor que con su realismo crítico supo anticipar desde los estados totalitarios, a la crisis religiosa y social que enmarcan nuestros días.

Sin embargo, hoy estamos frente a algo mucho más complejo que un simple fenómeno cultural y social, pues tal pareciera que estamos colocados frente al mismo “horror vacui” que distinguió al periodo Barroco, donde la tendencia al desequilibrio y la exageración no daba lugar a los espacios vacíos; si analizamos esta proyección a las sociedades actuales, veremos cómo de pronto en los sectores medianos o altamente desarrollados encontramos a una generación que se comporta fascinada e hipnotizada frente a su Flautista de Hamelin, viviendo de realidades imaginarias y fantasías realizadas, donde la crisis existencial, la soledad, los actos de locura, el propio horror vacui, siguen siendo revestidos por el consumo e intercambio de mercancías materiales y virtuales.

No hemos percibido los discursos dominantes y las estrategias de control, las cuales insisten en llevar hasta las últimas consecuencias la ficción que yace detrás de la exigencia biopolítica de la salud, de la felicidad total del pueblo. Es así que se necesitan hombres que cooperen apaciblemente, que encajen sin dificultad en la maquinaria social que aparentemente les brinda protección, pero, al mismo tiempo, les hace creer todos los días que ser sometidos es el destino que deben cumplir y por eso están aquí; si lo planteamos como una metáfora, sería tal vez una locura querer hacer dormir al gigante Argos, aquel velador temible con centenar de ojos vigilantes, pues ¿no acaso todo instinto ambiciona dominar y someter?

Tanto niños como jóvenes han sido herederos de estos tiempos líquidos, aunque tiempos de la vida, como lo expresaba Platón, pero tiempos irresponsablemente afortunados que juegan a los dados, al azar, que se instauran como la carcajada, el desvarío, la pregunta o la acción discordante, que les presenta “lo nuevo” a “los viejos”, que se definen ante un mundo que le otorga valor a su existencia y los obliga a replantearse una y otra vez si la vida vale la pena o tal vez merezcan una muerte lenta, pero como decía Galeano, aquellos en estado de pobreza y marginación son los que más sufren la contradicción entre una cultura que, por un lado los manda a consumir, y por otro, les muestra una realidad económica que se los prohíbe.