Suicidio. La segunda causa de muerte en el mundo

Fátima García 

“Y no obstante sé que debo suicidarme.
Sería mi único acto no destructivo.
Suicidarme para preservarme”
Alejandra Pizarnik

Alguna vez leía al ensayista Ernesto Sábato, quien señaló una frase que, a mí en lo particular me estremeció profundamente y me hizo reflexionar, decía: “A nadie le gusta morir, creo, pero hay que esperar con dignidad la muerte. Nadie sabe lo que es el otro mundo, nadie”. Pensé que quizá tenía razón en ello, pero de pronto me pregunté: ¿Entonces, habrá dignidad en el acto suicida?

Por otro lado, también escuchaba por ahí, no recuerdo dónde, que la vida es un bien que hay que cuidar y, es necesario prevenirla de cualquier acceso a la muerte voluntaria, pero si yo les preguntara a cada uno de ustedes si la vida es un bien, tal vez algunos dirían que sí, y, quizá, de pronto hasta sublimarían su respuesta, pero si formuláramos la misma pregunta a una persona en condición de calle o simplemente a un melancólico, seguramente la respuesta sería contraria.

Freud solía utilizar la metáfora de la biología y, con ello afirmaba que la muerte está ya inscrita en cada uno de nosotros, simplemente había que ver la relación que tenemos todos con nuestra propia destrucción, luego entonces, esta tremenda aseveración echa abajo la falacia de que la vida es un bien para todos.

Hoy en día, el suicidio ha sido colocado por la OMS como la segunda causa de muerte en el mundo, sin embargo, el acto suicida es tan antiguo como la existencia del hombre; los mitos griegos, los poemas homéricos, las tragedias de Sófocles y de Eurípides, incluso, la misma Biblia nos ilustran sobre las prácticas suicidas, así como las ideas de autodestrucción y las actitudes sociales hacia la muerte por la propia mano.

¿No acaso en el imaginario griego, Egeo, al no ver la señal de Teseo de izar la vela blanca como señal de que había cumplido su misión, creyó que su hijo había muerto y se arrojó al mar que hoy lleva su nombre? ¿No acaso también en el Evangelio de Mateo, Judas Iscariote, después de arrojar las monedas en el templo se ahorcó en un árbol? Y qué decir del suicida más famoso del periodo clásico, Sócrates, condenado a beber la cicuta por no reconocer a los dioses atenienses ¿no acaso es el mismo filósofo quien decide poner fin a su vida antes de que otros acaben con ella? Porque tal pareciera que, con el pasaje al acto suicida de aquellos que acabo de nombrar, fue como haber salido de una tormentosa escena donde no hubo cabida a la palabra, tramitándose al mismo tiempo una angustia que no encontró las vías del síntoma histérico u obsesivo. En el caso de Sócrates, pareciera que su acto suicida fue para salvaguardarse.

En fin, lo cierto es que el suicidio ha sido todo un enigma a lo largo de la historia; escritores, artistas, cantantes han decidido darse muerte. Se trata de un acto que nos detiene en seco y cuestiona a la sociedad, siendo que la mayor incidencia ha recaído en los jóvenes y niños. Sin duda, hoy lo vemos como un problema de salud pública; sabemos que se han redoblado esfuerzos por conocer las causas y establecer políticas de prevención, pero ¿qué es lo que está fallando entonces? ¿por qué el incremento de casos en todo el mundo? ¿por qué no funcionan estas políticas? ¿por qué?

Desde el orden clínico, sabemos que el suicidio es considerado como un conflicto psíquico, precisamente decía Freud en una de sus más grandes obras “Psicopatología de la vida cotidiana” que muchos daños en apariencia sufridos por estos enfermos son en verdad lesiones que ellos mismo infligieron. Existe en permanente acecho una tendencia a la autopunición que es exteriorizado en continuos autoreproches, siendo que el suicidio se vincula con una tendencia al autocastigo.

Las ideas suicidas bien podrían leerse como un mensaje o llamado dirigido al Otro, por eso, quien comete este tipo de actos, suele escribir cartas o mensajes, donde expresan sus razones que dan cuenta y justifican su acto.
Mentira sostener que si una persona expresa sus ideas suicidas no lo va a llevar a cabo; es evidente que, desde el momento en que este pensamiento se pone en palabra se está haciendo un llamado de auxilio al Otro, y claro que puede suceder este pasaje en cualquier momento.

Para explicar mejor mis argumentos y cerrar mi columna, quisiera abordar un tanto la literatura, donde algunos escritores dejan en sus obras constancia de esa poderosa tendencia a la autoaniquilación como la poetisa Alejandra Pizarnik, quien, al inicio de su diario, a los 18 años escribió: “¡Morir! ¡Claro que no quiero morir! Pero debo hacerlo, siento que ya está todo perdido. De todos modos, el horizonte es siempre el suicidio. Me mataré cuando tenga treinta años”. Finalmente se suicidó a los 36 años.