
Detrás de cada estadística sobre suicidio y conductas de riesgo en adolescente y jóvenes hay una herida que pudo haber sanado con escucha y acompañamiento.
De acuerdo con datos de 2024, reportados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el suicidio en México es la tercera causa de muerte entre adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años, mientras que, entre los jóvenes de 25 a 34 años, es la quita causa de muerte más común. Por otra parte, instituciones como la UNAM, estiman que la depresión está presente en alrededor del 80% de los suicidios en general.
Dichos datos se pueden dar debido a que durante la adolescencia y la juventud los seres humanos enfrentan diversas crisis-de identidad, de relaciones, de expectativas – que los conllevan a experimentar cargas emocionales como estrés, soledad e incertidumbre. Cuando estos sienten que no tienen dónde o con quién expresar su malestar, incomodidad o vulnerabilidad, aparecen conductas de riesgo como la autolesión, el aislamiento o incluso el suicidio como una salida fácil.
Una característica común de las conductas de riesgo es que se pueden observar, lo cual representa una ventaja para adultos en contacto con adolescentes y jóvenes a las que deberíamos poner atención para brindar apoyo necesario para superarlas, sin pensar que solos pueden superar la situación.
Cinco de estas señales observables entre adolescente y jóvenes son:
- Estados de ánimo o conductas cambiantes y/o radicales: tristeza persistente, apatía, irritabilidad, aislamiento social y pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban.
- Alteraciones del sueño y/o apetito: dificultad para dormir o exceso de éste; atracones de comida o comer muy poco.
- Comentarios verbales directos o indirectos: “soy una carga”, estarían mejor si yo no existiera”, “ya no aguanto más”. Esta señal se presenta, sobre todo, cuando se tienen ideas suicidas.
- Conductas de riesgo desmedidas: consumo de alcohol o drogas, autolesiones, agresividad.
- Desesperanza: cambios en la forma de ver el futuro, creer que nada tiene sentido.
Ante estas señales, los adultos tenemos una gran responsabilidad de abrir el diálogo, ofrecer escucha activa, generar espacios de confianza, pero, sobre todo, brindar acompañamiento que cuide la dignidad e integridad de nuestros adolescentes y jóvenes.
Pero ¿cómo podemos lograrlo? El secreto está en promoverla conexión emocional que, aunque parece fácil, no lo es en una actualidad donde adolescentes y jóvenes nos ven como figuras autoritarias que no los entienden. Mismos datos de INEGI el 50% de los hogares con adolescentes y jóvenes de entre 12 y 29 años reportan conflictos y peleas entre miembros de la familia. Es decir, 50% de adolescentes y jóvenes en México experimentan conflictos donde se sienten o heridos por sus familiares.
Como padres, tíos, abuelos, docentes y adultos preocupados por estas poblaciones, podemos tomar acciones concretas que nos permitan salvarlos de problemas emocionales o situaciones que pongan en riesgo su integridad y dignidad:
- Generar espacios de confianza: donde los jóvenes sientan que pueden hablar sin ser juzgados.
- Propiciar escucha activa: mostrando interés, validando lo que la persona siente y no minimizando las situaciones o emociones que nos cuentan.
- Promover el diálogo emocional: donde los adolescentes y jóvenes puedan nombrar lo que sienten: miedo, tristeza, cansancio, soledad, presión.
- Estar atentos a las señales: actuando de manera inmediata para orientarlos o brindarles el apoyo que necesiten.
- Promover el autocuidado: enseñándoles a gestionar sus emociones, a establecer rutinas saludables (sueño adecuado, alimentación, actividad física, tiempo de ocio), y pedir ayuda cuando la necesiten.
- Construir redes de apoyo: no solo entre adolescentes y jóvenes con adultos (padre/madre/profesor) sino con amigos, otros estudiantes, mentores que les demuestren que no están solos.
- Normalizar hablar sobre salud mental: que el “estar triste”, “sentirse mal” o “necesitar ayuda” no sea motivo de vergüenza sino de cuidado.
- Promover proyectos de vida: acompañándolos en la elaboración de metas, proyectos académicos, servicios voluntarios, pasatiempos significativos, que les den sentido a su día a día.
Las conductas de riesgo son asunto que nos compete a todos. En lugar de quejarnos y juzgar a “las generaciones de hoy”, necesitamos transformar la relación que tenemos con ellos, abrir canales de comunicación, cultivar la presencia y la empatía. Hoy más que nunca, nuestros adolescentes y jóvenes necesitan saber que no están solos, que su vida importa y que su dignidad debe cuidarse.
La prevención del suicidio es un reto, pero, sobre todo, es un acto de humanidad. Abrámonos a esas generaciones que necesitan ser acompañados, que merecen esperanza, una vida plena y una integridad digna. Porque prevenir el suicidio no solo es salvar una vida, es recordarle a alguien que su existencia es valiosa y tiene sentido.
Teresa Juárez González
IG: @teregonzz14








