Rulfo: la venganza en un cuento

César Pérez González / @Ed_Hooover

Es la venganza. Lo impulsa. Grito profundo que no deja de apretar las sienes, donde duele. Sangre por sangre –diría quien ¿persigue?–; indiferencia ante la muerte –rememoran las voces del tiempo–. Pasado por pasado, se paga. No existe nada de humano en estas ganas de oler su aliento, el último.
Ambiente de la jungla, caminos que van y no terminan de fluir hacia las cuencas del río: el agua –ahora– no es sabia ni purifica almas; roe la suerte del hombre esperando su fin. Así fundamenta Juan Rulfo el argumento de “El hombre”, cuento agrupado en “El llano en llamas”, del cual bien puede delinearse instintos básicos, el “ojo por ojo”.
Si bien Juan Rulfo utiliza herramientas discursivas similares en “Pedro Páramo”, como las voces invadiendo planos y temporalidades, por mencionar sólo algunos, durante esta breve narración también se encarga de construir atmósferas de tensión apuntando a dos personajes: un “perseguidor” y, claro está, el “hombre”. Ambos comparten la necesidad por satisfacer sus ansias de sangre, víctimas de las circunstancias están dispuestos a todo con tal de cumplir dicho fin. ¿Hay otra manera de entender su misión personal?
No, en absoluto. Desde el inicio de la trama se ofrecen dos opuestos: condena y salvación. A manera de un juego de habilidades, tanto premura y calma son determinantes, pues quien sabe aguardar el momento, leyendo el devenir de su contraparte, terminará venciendo. En ello radica el tejido de las acciones: no se ofrecen de inmediato mayores detalles de la persecución, aunque van revelándose los motivos.
Pareciera que Juan Rulfo –desde su papel de autor– no se aparta de la condición humana; sabe leerla hasta reflejar rabia y desconsuelo: más importante describe el estado de angustia que sufre el “hombre” ante su trágico destino. Construir a sus personajes hace visible qué tan complejo resulta dotarlos de personalidad y conflicto, no opta por caminos fáciles, sin embargo, tampoco fuerza más allá de lo necesario el clímax.
De esta manera, el “hombre” debe pagar por ultimar a la familia de su perseguidor; es claro que la sangre llama, pero el conflicto se agudiza al revelarse que éste –su ahora verdugo– asesinó al hermano. ¿Quién tiene el derecho a la justicia en propia mano? Juan Rulfo asimila un principio básico: la muerte es atemporal, por eso acercarse a dicha narración es tan cercana que involucra –necesariamente– al lector.
Al final su estrategia es trabajada ampliamente en “Pedro Páramo” con debidas diferencias: mientras en la novela se apoya en descripciones para mantener la expectativa buscando que su lector preste atención a detalles, en “El hombre” opta por la velocidad: los verbos de movimiento bien pueden soportar la carga semántica demostrando su dominio estructural.
El lenguaje empleado por ambos no es simple accesorio discursivo, considerando se hallan enfrascados en una lucha íntima –¿hay algo más personal que la venganza?– El perseguidor asume tal postura en dos ópticas: mientras se lamenta no haber defendido a su familia del homicida, entreteje advertencias a su paso y sin perder la calma se promete cómo disfrutará el instante del juicio.
Así, el “hombre” entabla diálogos interiores que evitan preste atención al camino, delatándolo: irremediablemente se duele, “nunca es fácil matar”, pareciera decir para convencerse que todo se paga en esta vida. No es criminal por gusto, su entorno lo ha llevado al punto de huir con machete en mano con lo único suyo: el sabor a tierra en la boca.
Son características de “El Hombre” que lo ofrecen como un texto atemporal, actual en su mejor definición. Se trata del México de cualquier día, lo mismo en el trópico o en aires citadinos. Claro, su narración soporta las décadas en contextos que pueda someterse a prueba.
Es interesante la marca dejada en el imaginario colectivo, ya que su lectura apela a lo más profundo de la condición humana; obliga a que lectores tomen partido, ya sea por empatía o interés en la historia pues en el mejor de los casos el final está marcado desde el inicio: sí, se trata de un hombre muerto por la sangre que ungen sus manos.