Reposar los poemas: madurez frente a la inmediatez

Abel Pérez Rojas

En tiempos dominados por la urgencia y la visibilidad inmediata, detenerse parece un lujo. Sin embargo, la poesía —ese territorio íntimo donde convergen emoción y pensamiento— exige un ritmo distinto. Así como el pan necesita reposar para crecer y tomar forma, también los poemas requieren una pausa para madurar antes de estar frente al ojo crítico.

Las pausas en el camino casi siempre son provechosas porque permiten recargar energía, reflexionar sobre lo andado, corregir el rumbo o ratificar las decisiones tomadas.

Sucede lo mismo cuando se deja reposar un poema: con el paso de las horas y los días este se percibe de otra manera.

La pausa reflexiva da cabida a mirarse frente al espejo, realizar una metalectura y degustar críticamente la parte de nosotros que ha quedado plasmada en nuestras letras.

El impulso que nos lleva a escribir un poema es incomparable con cualquier otro momento del proceso creativo, porque contiene la energía emocional e intuitiva que hace honor a la profundidad e intimidad de la poiesis (ποίησις / creación). En cambio, la revisión posterior suele estar más impregnada de razón.

Se trata de tomar distancia emocional sin convertir ese paréntesis en una cápsula criogénica, sino en un repositorio creativo.

No entraré en detalle sobre el valor de releer lo escrito y su relación con el ritmo, la métrica, la coherencia interna, la musicalidad y la gramática, porque esto ha sido abordado extensamente y con acierto por
diversos conocedores de la materia.

Recuerdo que cuando empecé a escribir poemas no prestaba atención a este valioso intervalo. Hoy comprendo que aquello respondía a mi ansiedad reflejada en mi labor literaria.

Ahora me queda claro que dejar reposar los poemas es un gesto de madurez creativa y de autocontrol emocional.

En las sociedades actuales, dominadas por la inmediatez de las redes sociales y los blogs personales, publicar poemas se ha vuelto una estrategia de generación de contenido, una manera de llenar el perfil virtual y, sobre todo, un recurso para recibir aprobación y alimentar el ego.

Por ello, el reposo se convierte en una herramienta de autoconocimiento. Retrasar la publicación obliga al poeta a repensar, a mirarse desde la acera de enfrente, a dialogar consigo mismo, a cuestionarse y comprometerse con la apuesta estética que ha intuido y elegido. Visto así, la espera nos confronta y puede ayudarnos a reducir conscientemente la ansiedad, a valorar el silencio como parte del proceso creativo. La publicación inmediata, en cambio, orilla al error y puede minar la confianza.

En medio de todo esto, no es exagerado sostener que dar tregua a la publicación poética es una práctica de maduración, de respeto propio y hacia los demás, y una manera de encarar desde la poesía la impulsividad a la que nos orilla el mundo digital. En este contexto, todo es efímero: una vez dicho, forma parte del pasado en ese “hacer scroll” infinito al que nos han arrinconado las redes sociales.

Concluyo con esta frase atribuida a Confucio, que ilustra perfectamente lo tratado y muchas otras situaciones de la vida:

“Un hombre no trata de verse en el agua que corre, sino en el agua tranquila, porque solamente lo que en sí es tranquilo puede dar tranquilidad a otros”.

Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) escritor y educador permanente. Dirige: Sabersinfin.com #abelperezrojaspoeta