¿Quién cuida a los que cuidan? El rol de adultos acompañantes

Teresa Juárez González

Hace poco, María, una adolescente, le dijo a su mamá con toda naturalidad: “tú nunca te cansas, ¿verdad?, siempre tienes mucha energía”. Su madre se quedó pensando: “¿De verdad los jóvenes nos ven así? ¿Tan fuertes, tan enteros, tan disponibles siempre? Muchas veces, los adultos -madres, padres, docentes, tíos, orientadores- que acompañan a adolescentes y jóvenes son percibidos como si no se rompieran nunca, como si el hecho de ser adultos los hace poder con todo y tener todo bajo control. Pero… ¿alguna vez les han preguntado cómo están?, ¿Cómo se sienten? o ¿Qué necesitan?

Indudablemente el papel de adulto que acompaña a adolescentes y jóvenes, desde cualquier rol que tenga, es valiosa y de gran reconocimiento pues se trata de una tarea brutal, llena de desafíos. Se trata de cuidar sin sobreproteger, de contener sin asfixiar, escuchar sin juzgar, orientar sin imponer, estar presente sin invadir y preguntar sin presionar, ¡QUÉ DIFÍCIL!

Dada esta gran labor, muchos adultos empiezan a atravesar contradicciones naturales como quedarse sin energía mientras ellos ayudan a los demás a sanar, crecer y avanzar en el camino. Aunado, claro, a las múltiples actividades que como adultos desempeñan en sus profesiones y oficios. Por esta razón, aunque no siempre se nota, el cuerpo, la mente y el corazón reciben estragos que se traducen en insomnio, ansiedad, irritabilidad, tristeza y un sentido de culpa por necesitar ayuda y no creer merecerla.

A partir de ello, vale la pena hacer conciencia desde dos enfoques: el primero es desde el adolescente o joven, pues más allá de la etapa que atraviesan, son personas y por tanto acompañar a los adultos también es un acto de generosidad, cuidando desde la empatía y reciprocidad, sin invertir roles, más bien construyendo vínculos más humanos y seguros; y el segundo es desde el adulto, entendiendo que el autocuidado no es egoísmo y el pedir ayuda es una responsabilidad, pues a través de estos actos de amor propio se educa con ejemplo a quienes se acompaña.

En este sentido, el autocuidado y cuidado mutuo es una clave poderosa para fortalecer y reconstruir generaciones, en las que se normalicen conversaciones de desahogo, poner sobre la mesa temas difíciles de hablar, llorar sin vergüenza, decir que no se puede más y errar sin sentirse juzgados. Estas acciones, sin duda, abren paso a la reflexión compartida, al aprendizaje de los errores, a volver a empezar, a reír de lo cotidiano y, sobre todo, a una cultura en la que acompañar y cuidar no represente un sacrificio sino una oportunidad para conectarse.

Aunque muchas veces se posterga, es muy importante que los adultos acompañantes no se olviden de cuidar su salud física, emocional y mental; disfrutar de momentos personales como leer, caminar, estar en silencio y salir con amigos; dormir bien y tener espacios de descanso real; así como pedir ayuda y expresar lo que sienten sin sentirse juzgados.

Al respecto del acompañamiento, aún hay mucho por hacer, sin embargo, es importante recordar que las redes de apoyo -adolescentes-jóvenes-adultos-familia-educadores-sociedad- no se improvisan, se construyen con diálogo, escucha, paciencia, perseverancia, afecto y compasión. Nadie debería sentirse solo mientras cuida, al contrario, cuidarse entre todos debería ser un hábito.

Y ahí, en el cuidado mutuo es donde nace lo verdaderamente transformador, en los vínculos que permiten sostener al otro cuando cree que no puede más, animándose a decir lo que se silencia, pues en el encuentro genuino entre acompañante y acompañado, brota la posibilidad de crecer y reconstruirse juntos.

Porque solo quien se sabe cuidado, puede cuidar de verdad.

Teresa Juárez González

IG: @teregonzz14