Puebla e Iturbide I

César Pérez González / @Ed_Hooover

Como toda construcción social la Historia juega al mejor postor. No es un acto mágico o mediante Generación Espontánea atice el fuego de la ideología dominante, al contrario, es una vía bien definida que persigue un objetivo claro: legitimar el poder por el poder, mirada bajo la cual se puede delinear a México desde su etapa independiente, al menos en el papel.
“La visión de los vencidos”, nombre revelador que utilizó Miguel León-Portilla para narrar la contra-historia indígena tras la Conquista española que derivó en la etapa que actualmente conocemos como Virreinato, misma que siendo exigentes se ajusta a cada una de las etapas sociales desde el siglo XIX hasta la coyuntura que se respira en el aire.
Antihéroes saturan los ejemplos: Hernán Cortés, Antonio López de Santa Anna, Maximiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz, etcétera. No obstante, el simbolismo nacional, fuera del Segundo Imperio, une a Agustín de Iturbide a la tradición poblana más de lo que se acepta, al menos en lo histórico, pues el orgullo gastronómico se encarga de presumir su legado a través de los llamados “Chiles en Nogada”.
Iturbide y Maximiliano no solamente comparten trágicos destinos, sino fue en la ciudad de Puebla donde buscaron legitimar sus “nombramientos” monárquicos, ambos considerados héroes para las respectivas sociedades conservadoras, aunque no guste la idea a muchos que a la fecha visten y calzan; no es una cuestión de gustos, pero sí de hechos.
La vida del austriaco ha sido ampliamente estudiada y difundida dentro y fuera del país. Fernando del Paso, incluso, le dedicó una de sus más grandes novelas “Noticias del Imperio”. Agustín de Iturbide, a su vez, es opacado sin mayores razones a pesar que Puebla fue la primera ciudad que aceptó la Independencia de la corona española, cortesía de quien fuera primer emperador de México.
A principios de agosto de 1821 el militar llegó a Puebla, siendo alojado en el Palacio Episcopal, a un costado de la Catedral Metropolitana. Cortesía del maestro Óscar Alejo García, quien imparte la clase de Instituciones Novohispanas y Paleografía en la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la BUAP, se pudo saber el ambiente que rodeó la jura de esta ciudad al movimiento libertador que en ese momento encabezaba Agustín de Iturbide.
Uno de los hechos que llaman la atención es el protocolo bajo el cual el escribano nacional y secretario del ayuntamiento narra el acontecimiento, mismo que “paralizó” la ciudad a fin de que el séquito de representantes saliera del Palacio Municipal para dirigirse al Palacio Episcopal para efectuar la ceremonia correspondiente. No era para menos, el simbolismo indica la importancia que representaba Puebla para el cambio de régimen.
Durante el Virreinato el poder religioso y político avecindado en la capital poblana sólo estaba por detrás de la ahora Ciudad de México. Si bien los poderes yacían ahí, la Angelópolis mantenía directrices espirituales y económicas –comercio– por encima de otras zonas, incluida Veracruz. Se sabe, además, que en ese momento el libertador se hacía llamar “primer jefe del Ejército Imperial Mexicano”, menos de un año antes que fuera coronado.
Incluso, del conocimiento común que en uno de los salones del Palacio Episcopal se leyó el Plan de Iguala. Sin embargo, la jura del documento correspondió a quien fuera alcalde y jefe político de la ciudad “don Carlos García”, en presencia del clero y representantes de los diferentes órdenes de gobierno así como militar de Puebla.
No obstante, a luces históricas destaca que la Independencia en este momento de “gestación” está vinculada a la nomenclatura ibérica, pues el “Imperio Mexicano” es latente y bendecido por el catolicismo, pues como alta esfera atestigua que la jura debe incluir observar la religión “sin mezcla ni tolerancia a otra”.
Comprender la importancia del evento forzosamente requiere imaginar las calles ahora céntricas, cada avanzada que salía del ayuntamiento para encontrarse con una de las figuras emblemáticas de la historia mexicana. Puebla no escapa de ese legado y en la actualidad aún perdura el semblante de aquellos momentos, en teoría, independentistas.