Niños Pop it, niños ¿estresados? (segunda parte)

Por Fátima García

Si de infantes se trata, no vamos a negar que el juego ha contribuido de una forma privilegiada el desarrollo expresivo, pero al mismo tiempo se convierte en una representación simbólica de sucesos cotidianos que muestran un lenguaje difícil de descifrar. Sin embargo, han existido diversos especialistas en el campo de la psicología, que se han dado a la tarea de entender cómo los deseos y fantasías se mueven dentro de la mente y la conducta del infante.

Hoy, los niños hablan de los Pop it, casi todos tienen uno, sin embargo, hay que decir, que este juguete fue creado por especialistas para el tratamiento de menores que padecen trastornos del espectro autista o TDAH, debido a los beneficios que les aporta su estimulación, además de reducir su estrés y ansiedad.

Ciertamente, esta generación de infantes, ha vivido con altos niveles de estrés; no podemos minimizar los efectos que ha producido en ellos la pandemia del Coronavirus y ahora el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que hace días apuntó a una guerra mundial, sin antes olvidar que en 2017 también vivieron un terremoto, aunado a los problemas cotidianos que pueden vivir día a día tanto en la escuela como en el núcleo familiar.

Sin embargo, los discursos en boga no hacen más que enunciar la promesa capitalista en un mensaje que les mantiene la ilusión y que al mismo tiempo, puede escucharse en estos términos: “Puedes tener todo cuanto desees”, aunado a que los padres padecen de un exceso de protección; cubren sus necesidades y contribuyen a evitar cualquier tipo de sufrimiento y carencia, atienden a sus peticiones incluso antes de que aparezcan, tal pareciera que los lanzan al mundo sin una red protectora.

Los hijos quieren que sus padres sean proveedores complacientes y, esto limita a que ellos reconozcan sus propias faltas; se han fincado en un mundo de necesidades que buscan satisfacerse de manera inmediata con este tipo de juguetes, bajo el estandarte del estrés y la ansiedad, que sí existen, pero que, bajo la mirada capitalista se han patologizado y privatizado, pero “no hay problema” no habrá necesidad de poner en palabra aquello que les aqueja porque más adelante, en su vida adulta, aparecerá el mindfulness para salvar la situación.

Bien decía Pierre Mignard: “El amor lo vence todo, pero el tiempo vence al amor” cuando inmortalizó en 1694 su pintura en Francia, donde Cronos, padre del tiempo, sostiene con fuerza a Cupido y le corta las alas para que no vuele demasiado alto ¿no acaso esta extraordinaria obra nos remite a una agria metáfora sobre la realidad social que viven nuestros niños al ser convertidos en seres indefensos?

Sin duda alguna, los síntomas dialogan con las épocas, con las circunstancias, con las modas, con las idiosincrasias de los distintos pueblos, con el tiempo, pero tampoco son del todo arbitrarios, en ellos podemos encontrar algo del orden del estilo, ya que muestra las formas en que cada sujeto despliega sus posibilidades de habitar en el mundo.

Extraordinario Ernesto Sábato cuando nos enseña que tenemos que aprender lo que es gozar, ciertamente, estamos desorientados que creemos y trasmitimos a los infantes que gozar es también ir de compras. En qué momento enseñamos que el verdadero lujo es el encuentro humano, la calidez, un momento de silencio ante una creación u obra de arte, la satisfacción de leer un buen libro, apreciar un trabajo bien hecho, contemplar un atardecer o una simple flor, porque aquellos gozos verdaderos son aquellos que nos predisponen al amor ¿acaso es posible la felicidad sin la luz del Sol?

Insisto, qué importante es aprender a poner en palabra aquello que nos aqueja, que nos acongoja, pues lo que calle la primera generación, sin duda, la segunda lo llevará en el cuerpo, porque sin el poder de la palabra, estamos destinados al fin de la civilización y será el momento en que salgan a la luz los instintos monstruosos de la humanidad.

Y, ya salieron…