Mientras comen los puercos

 

Por  Mayra Labastida

 

Cuento los pasos para llegar a la esquina. Ya es de madrugada y el frío se filtra a fondo en la piel, cala, recuerda que la distancia es infinita entre más rápido quiero avanzar.
No puedo seguir jalando. Me siento cansada. Toda la noche ha sido de mucho trabajo, quizá sea el contraste del ambiente lo que me tiene tan congelada.
Primero sudando por tantos movimientos, luego jalando en medio de la noche. Ya me duelen los brazos y las manos, que si las subes las bajas, corres de aquí para allá, cargas, guardas, embolsas. Todo antes del amanecer.
Yo no acostumbro desvelarme, pero es un caso especial. Mi esposo me había dejado sola, por fin. Quizá yo contribuí a eso. Tantos años de perder el tiempo nomas a lo güey.
Necesitaba el dinero. Así que no me importó trabajar con desvergüenza, como ninguno de los flojos vecinos seguramente lo haría. Bola de parásitos. Yo quiero un mejor futuro para mis niños.
Antes tuve que dejar hecha la comida de hoy, en unas horas vendrán mis hijos, seguramente tendrán mucha hambre. Mi suegra los debe traer. No puede quejarse, si su hijo sólo la sabe molestar no veo por qué no cuide a sus nietos. Ahora que se ha ido, nos hará la vida más fácil a todos. El muy cochino no la deja en paz a nadie nunca. Seguramente estaré tan cansada que prefiero que se calienten la comida y me dejen dormir. Tranquila por una vez.
Ya me duelen mucho mis brazos, tengo una reuma en mi hombro, el frío me la está martillando.
Sigo jalando, ya falta poco. Cómo pesa esta porquería.
Aún las luces de la cuadra permanecen prendidas, y sólo por hoy me molestan. La inseguridad hace pensar a diario que mis hijos pueden ser víctimas de algún delincuente, quizá un asesino ¡ay no, Dios, qué barbaridad, mis niños!
Mi cabeza me da vueltas sólo de saber que alguno de mis pequeños pudiera padecerla.
Maldito gobierno de cuarta, isí, de cuarta transformación!: de pobres a vilmente jodidos.
Aunque, bueno, quizá hoy prefiera más la oscuridad. Sigo contando los pasos. No había pesado tanto un bulto como hoy. Alimento a los cerdos de una granja cercana a estos terrenos baldíos. También los corto en cachitos. A este le quité la grasa de la panza, le corte las patas y la trompa.
Lo agarré dormido, y con el mazo me fui directo a la cabeza. Ni lo sintió. De un golpe se le borraron los sueños. Sí, exacto, de un golpe, así cuando por primera vez el cerdo de mi marido me puso el primer puñetazo en mi cara.
Por fin, pude llegar.
Ya se está acercando Juan, es el único que me puede ayudar hoy. Un leve retraso mental le hace trabajar sin preguntar tanto.
Entre tartamudeos me dice:
Doña Chavela, hace mucho frío, ¿por qué tan temprano?
¿Por qué te quejas Juan? Hoy comerán antes los puercos, así como vaya saliendo se los das.
Toma lo que te prometí ( y en sus manos frías le doy 250 pesos) ahí te veo al rato.
Juan jala el costal lleno de viseras y se lo lleva.

Mientras camino de regreso, recuerdo la frase esa que dice: “perro no come perro” ¿será lo mismo con los puercos? Bueno no son de razas similares. Allá en la granja son rosados y regordetes. El que les llevo era un pedazo de carne podrida. Podrida como sus ganas de hacerme un infierno todos los días desde que nos casamos, podrida como sus burlas ingratas sobre cómo me veía, podrida como sus ganas de engañarme con cualquiera. Me siento un poco mal, quizá los pobres puerquitos hoy tengan dolor de panza. Yo los tuve muchos años. Sigo contando los pasos a mi casa ahora que estoy de vuelta. La luz del día, comienza a brillar para mi. Hoy dormiré tranquila, mientras comen los puercos.