Las relaciones de poder ¿grupos en Telegram? (segunda parte)

Por Fátima García

En cada época y cultura, los vínculos entre los hombres y las mujeres siempre han resultado antagónicos, sin embargo, hay que reconocer que el nuevo feminismo ha formulado acertadamente: ¿por qué la diferencia sexual implica desigualdad social?
Si bien, la diferencia entre ambos resulta ser bastante evidente, hay que decir que, culturalmente, a la mujer siempre se le ha adjudicado mayor cercanía con la naturaleza, pero ¿hasta qué punto se asimila a las mujeres en lo natural y a los hombres en lo cultural? Porque cuando una mujer quiere salir de esa esfera natural, es decir, salir de casa, desarrollar y ejercer una profesión o simplemente, no tener hijos, es tachada de antinatural, incluso por las mismas mujeres, comenzando a veces por su propia familia. En cambio, los hombres buscan rebasar ese estado natural: viajar al espacio, sumergirse en océanos, etc.
Sin embargo, la teoría marxista nos vuelve a poner sobre la mesa una realidad capitalista donde la producción adopta la forma de conversión del dinero, los objetos y las personas en capital, donde, precisamente las mujeres hemos servido por voluntad propia a los fines del consumismo, pues recordemos que, para no sentirse falladas en este mundo de demandas y necesidades, hay que abrir las puertas a ideales imaginarios encaminados hacia una imagen corporal “perfecta” entrando al mismo tiempo en una cultura de lo desechable.
Tal vez si pensamos un poco en las inercias históricas veremos que la tradición judeocristiana colocó a la mujer como un ser inmoral, pues ¿no fue acaso Eva quien ofrece a Adán la manzana del árbol del bien y del mal? Porque sin duda, ella es quien se encarga de este rehusamiento de la ley divina; es ella quien encara la responsabilidad y prueba del fruto prohibido; es precisamente Eva, quien se da cuenta que detrás de todo hay una oscura intención, sobre la que es posible dirigir la mirada. En cambio, Adán, solamente queda atrapado en sus propias certezas y no se atreve a desobedecer.
Pero, tal pareciera que en la nueva representación de la mujer actual se vende la concepción de una fémina liberada, pero al mismo tiempo sometida al yugo masculino que nos conduce a esa “Magia de la maldición” de las Islas Salomón donde ciertos hombres maldicen, gritan insultos hasta marchitar y hacer caer la subjetividad.
Recordemos que hace un par de semanas, se denunció a un grupo de hombres que crearon “PELLE13”, donde las reglas para ingresar a un grupo “más VIP” eran mandar “packs” de mujeres, donde tenían que resaltar su pecho, entre pierna y rostro, siendo que estas fotos fueron posteriormente distribuidas entre otros miembros. Los contenidos sexualmente explícitos no son más que la demostración de una sociedad que sigue sujeta al ideal de una Eva cosificada que induce al pecado, debido a la estética de su cuerpo moldeado, rompiendo las fronteras entre la fantasía y la realidad, cayendo en manos de perversos que no retroceden, se sumergen más bien en el goce de la profanación.
Tal vez si mirásemos el capitalismo como una religión, nos daremos cuenta que su objetivo no es mirar la transformación del mundo sino más bien, está enfocado en la desubjetivación y por ende a la destrucción y, que nos insta en olvidar que la voz es signo de dolor y de placer que expresa lo conveniente y lo inconveniente, lo justo y lo injusto; solo el hombre tiene la capacidad de poner en evidencia sus deseos propios, pues no hay hada más simple y humano que desear, pero ¿por qué entonces resultó que en estos tiempos los deseos resultan ser inconfesables? ¿por qué es tan difícil volcarlos en palabras? ¿no sabemos acaso, como diría el psicoanalista Lacan, que en los confines donde la palabra dimite, comienza el dominio de la violencia y, que reina ya ahí, incluso sin que se la provoque?
A veces me pregunto: ¿a dónde se ha ido todo un gran ideal?
Afortunadamente todavía existe el amor, que tiene el gran poder de revertir “La magia de la maldición”, de curar, de brindarnos el aliento necesario para salvarnos incluso de nuestro propio dolor; aquel sentimiento de vivo afecto traducido para los griegos en el dios Eros que nos insta diariamente a luchar para no claudicar, a navegar contra la corriente, a defender nuestros valores, a poner en alto nuestros principios y así mostrar la verdadera humanidad.