La otra cara de la moneda… donde la obediencia no es una cualidad

Fátima García

Quien transgrede convoca al padre
Milmaniene

En cada época y cultura, reyes, sacerdotes, señores feudales, dueños de empresas y padres han insistido que la obediencia es una virtud y la desobediencia un mal terrible que puede lograr poner de cabeza a una sociedad entera, pero si presentamos otro punto de vista y comenzamos por analizar el mito hebreo de Adán y Eva ¿qué no acaso la historia humana se inauguró con un acto de desobediencia al Padre, dando así el primer paso a la independencia desde el momento en que ambos se reconocen como extraños?
Y qué decir del mito de Prometeo, donde la civilización humana se basó en un acto de desobediencia al robar el fuego a los dioses, echando así los fundamentos de la evolución del hombre, pues para el imaginario griego, no habría existido la historia humana si no se hubiera cometido este crimen tan atroz.
Sin embargo, desde mi punto de vista, sería útil entender cómo se estructuran los seres humanos dentro de las distintas sociedades que son capaces de transgredir las leyes generales. Por lo que sabemos, muchos de los ejecutores de hechos tan aberrantes que han obedecido órdenes se les ha considerado como psicológicamente normales, incluso han sido considerados para muchos como ciudadanos preparados y respetables. Podríamos señalar también a los delincuentes de cuello blanco, que provienen de familias “bonitas” y “sanas”
Pensar en este doble discurso me recuerda mucho al ilustrativo que otorga la Biblia de “sepulcros blanqueados”, que no es más que una extraordinaria metáfora utilizada para comparar a los fariseos, quienes son relucientes por fuera, ordenados, prolijos, tranquilos, dueños de la ley; aparentemente libres de todo pecado y dispuestos a lanzar la primera piedra, pero por dentro se encuentran en total estado de putrefacción, corruptos.
Desde luego, al analizar y trasladar la sintomatología de estos corruptos transgresores a las sociedades modernas, podríamos argumentar que quizá estos sujetos nunca accedieron a un pensamiento autónomo, pues siempre están dispuestos a obedecer como aprendieron desde el comienzo de sus vidas y, para muestra, lo ocurrido en Auschwitz, cuyo juramento de obediencia y lealtad al líder del Tercer Reich, Adolf Hitler sigue dejando la herida abierta, pues pareciera que nuestros días son herederos de los campos de concentración, donde México se muestra como una de sus extensiones, siendo que los elementos binarios: víctima y verdugo, legal e ilegal, bien y mal, hacen su acto de aparición y, desde luego, borran la subjetividad del ser.
Cuando hago el comparativo entre México y Auschwitz-Birkenau, pienso en el Estado fallido, cuyo sistema de seguridad nulo y la sistemática violación a los derechos humanos, propicia que infantes y adolescentes prefieran estar protegidos y rendir obediencia a los cárteles de las drogas, ondeando la bandera “ellos o yo, mato o me matan”
Hay que recordar que el neoliberalismo inscrito en la sociedad, además de introducirlos como un valor similar al de la moneda y mirarlos como elemento de circulación mundial, los acostumbra a obedecer ciegamente, siendo que los adultos parecieran transformarse en sus dueños. De la misma manera ocurre con los gobiernos y a lo impuesto por la sociedad, donde la obediencia es fuertemente ponderada, sin tener conciencia de que eso es lo que está determinando el imaginario social, por eso insisto mucho en decir que la obediencia no es una cualidad.
Tal vez para sobrevivir y salvaguardar la subjetividad haya que renegar, y eso implica desobedecer.