La generación de cristal (Primera parte)

Por Fátima García

Pero, ¿se vale decir?: ¡¿Qué le vamos a hacer?!
J. Ignacio Mancilla

A mis lectores:
Este tema será abordado en dos partes, pues quisiera comenzar explicando paso a paso desde mi perspectiva clínica qué está sucediendo con esta nueva juventud que pareciera declinar en una serie de síntomas que los colocan en un estado de fragilidad psíquica que desde luego está impactando ya en el destino de la sociedad.

Todos venimos de algún lugar, la historia de cada uno de nosotros es un tejido que se entrelaza con la historia de otros. No podríamos existir sin alguien a nuestro alrededor, aun cuando hemos tocado la soledad, el fantasma del otro tiene un lugar importante en nuestros pensamientos; incluso, cuando odiamos, según en palabras de Cesare Pavese, ese sufridor ejemplar y gran escritor maldito “Quien odia, no está nunca solo: está en compañía del ser que le falta”
Para todo ser, al nacer, es fundamental el rol que juega la madre en la entrada del mundo del lenguaje, pues es ella quien interpreta las necesidades del infante como si le transmitiera un código de la cultura a la que ya pertenece, el idioma con el que se va a comunicar, la forma en que va a socializar y desde luego, contribuye a la introyección de la sexualidad en el psiquismo, introduciéndolo así al mundo no solo con su leche, sino con sus caricias, olor, mirada y desde luego, el lenguaje, es decir, lo humaniza, lo inscribe, lo transforma y lo comienza a educar para producir por sí mismo algo nuevo.
Pero al hablar de educación en nuestra cultura, podríamos, yo creo todos, decir que es la pieza clave para el desarrollo del infante que en un futuro impactará en la sociedad, pues “educar” es hacer referencia a las buenas formas que tienen que ver con el proceso de enseñanza-aprendizaje que anticiparán el devenir de las reglas de urbanidad.
Sin embargo, como adultos, y quizá como parte de nuestras tradiciones familiares hemos enseñado a los niños no decir ¡qué!, porque lo correcto es ¡mande usted! También les hemos dicho: ¡si te portas mal, no vienen los Reyes! ¡no llores! ¡mira qué bien lo hace tu hermana! ¡dale besito a tu tía, anda…! No sé ustedes, pero yo he escuchado a algunas madres en la calle decir: -Señora, ¿no quiere un niño berrinchudo? ¡lléveselo, se lo regalo! generando estados de verdadera angustia en ellos y desde luego la fantasía velada de abandono; y qué decir de la típica frase ¡si te pego o te castigo con severidad es por “tu bien”! como si realmente supiéramos sobre qué es el bien.
Este tipo de conductas que aparentan educar, parecieran más bien una forma de amaestrarlos, como si los niños fueran una especie de salvajes que deben ser domados para poder ser aceptados en la sociedad.
Pero si analizamos a profundidad en el tema de la educación, nos podemos dar cuenta que nuestros niños y niñas ha sido reducidos a un mero objeto por parte de la sociedad entera, pues tendrán que prepararse para el futuro y convertirse en hombres y mujeres de bien con un título que, además de brindarles un estatus y que los coloque dentro de una jerarquía social, anteponga su propio nombre diciendo: doctor, ingeniero, abogado, como si dijéramos: príncipe, marqués, barón, conde, etc. pero por lo pronto hay que saberlos controlar, hay que estimular su intelecto, desarrollar su personalidad, propiciar el progreso de sus procesos de pensamiento y desde luego, mejorar su autoestima, pero ¿realmente esto está sucediendo? porque de ser así, esta generación no estaría frente a la llamada Era de cristal.

Mis estimados lectores, continuaré el siguiente lunes con la segunda parte.