La desaparición y feminicidio como estrategia de control

Por Fátima García

Cuánta razón tenía Borges cuando alguna vez protestó: “… y la palabra infamia aturde en el título, pero bajo los tumultos no hay nada”; y cómo no hablar de la infamia así cuando es representada como un espacio sin sitio, que nos orilla a escuchar de otro modo los lamentos y fracturas del lenguaje, los sollozos, las agonías, los silencios.

No cabe duda, en cualquier parte de la República, el Estado es tanatofílico, hemos mutado de una forma atroz a la necropolítica, porque más que proteger la vida, que se supone que es una obligación estatal, el aparato del Estado tal pareciera que, con sus mecanismos sigue propalando la muerte. Nos hemos convertido en simples piezas de ajedrez, donde podemos ser eliminados por la mano invisible, la mano poderosa capaz de decidir quien vive y quien no.

En nuestras sociedades, se sigue desapareciendo o asesinando cada vez más indiscriminadamente a la mujer, ahora, cualquiera puede ocupar el lugar de la vida no llorada, cualquiera puede transitar por aquella selva oscura que conlleva justo “Allí donde el Sol calla” (Infierno, Canto I), donde el pensamiento sufre y llora. Allá en ese lugar, donde, para Borges, es un momento de quiebre en la vida, donde uno se encuentra solo y extraviado.

Tal vez si planteamos el dolor psíquico causado por la desaparición de un ser amado como una metáfora dantesca ¿no sería acaso como bajar al infierno, pero sin la compañía de Virgilio? Porque tal pareciera que nuestras garantías individuales se encuentran suspendidas, el respeto por la vida ha desaparecido por completo, porque México se ha convertido en una tumba de cuerpos ausentes, la violencia hacia las mujeres nos ha transformado ominosamente; miles y miles de cuartos vacíos que se han quedado intactos cuando aquellas que los habitaban, desaparecieron o más bien, las desaparecieron, siendo que las palabras de Federico Mastrogiovanni ocupan también un lugar de resonancia fantasmática en todo el país, cuando en su obra Ni vivos ni muertos sostiene: “Madre solo hay una, Estado, ninguno”.

Con mi firme aseveración no busco generar una resistencia a la autoridad, pero sí a la violencia; no al derecho, sino al abuso del derecho; no al gobernante, sino al injusto agresor y transgresor de nuestros derechos como mujeres, en el acto mismo de la agresión.

¿Acaso tenemos que seguir dejándonos asesinar para apaciguar al asesino? ¿qué hay de Alicia Esmeralda, Ana Laura Castelán, María de Lourdes Hernández? ¿Qué derecho había de arrancar sus vidas?

Ciertamente, las historias están hechas a partir de negar lo inefable, lo infame y, sabemos que la sexualidad femenina ha sido algo que ha incomodado a hombres y a las mismas mujeres de todas las épocas. Cuando en 2017 se me invitó a investigar  y publicar sobre el tema del feminicidio en México, noté precisamente cómo la infamia era plasmada en los distintos actos de crueldad perpetrados contra las mujeres de cualquier edad, contra lo femenino; esa infamia, como lo protesta Borges, desde luego también me aturdió porque dentro de mis investigaciones, note cómo la discriminación es vista de forma natural en nuestra sociedad.

La noción de esta infamia de la cual les hablo, no puede ser revertida, porque en ese desvarío, en esa pobreza de un lenguaje que se ahoga y que se borra, tiene como fin trasladar una vida por un sendero oscuro que conlleva a otros lugares jamás nombrados, jamás pensados, donde los actos de crueldad hacen lo suyo en una apropiación sonora, en un grito, en un llanto, en un murmullo, en un eco que no puede ser escuchado.

Lo sé porque soy investigadora, una columnista que analiza noticia e intenta seguir todo lo que ocurre en el espacio psíquico y social, porque intento conocer todo lo que se escribe al respecto, tratando siempre de imaginar todo lo que no se sabe o se calla, porque he visto como el Estado oculta las cifras de feminicidios, porque he atado cabos y junto piezas desordenadas, porque he escuchado y armado la historia clínica de muchas mujeres que han sufrido violencia, porque me he estremecido con las investigaciones de Frida Guerrera y otras tantas mujeres y porque fui marcada con el peor de los recuerdos cuando presencié el asesinato de una mujer siendo que también amenazaron mi vida con un arma de fuego dando fin en ese instante a mi rebelión como analista en el tema del feminicidio.

 

Sin embargo, aunque resintamos daños, los más atroces no podemos vengarnos de ellos. Ni la injusticia debe hacernos injustos, ni el bandidaje convertirnos en bandidos, ni el asesinato en asesinos, ni la tiranía en anarquistas.

 

Esto se va a terminar cuando dejemos de ver las actividades delictivas como algo normal, cuando dejemos de sentir placer por las narcoseries y ver cómo la mujer es colocada como mero objeto de desecho, cuando el reggaetón deje de ser una influencia para los jóvenes y la violencia entre parejas se siga viendo como algo normal, eso, entre tantas y tantas cosas…

 

A las mujeres que marchan, que cuestionan al Estado, a aquellas que buscan desesperadamente a sus hijas, hermanas, primas les digo: Sí, la lucha sigue, pero, los males de toda una época no se han de curar en un día.