Indigenismo y Virreinato

César Pérez González / @Ed_Hooover

Avanzado el presente siglo no se puede negar que el imaginario colectivo aún busca saldar cuentas históricas con el Virreinato. Labor titánica, al considerarse que la Colonia es por mucho la fase a la cual nos remitimos como sociedad con el mayor de los recelos. No es para menos considerando los tres siglos de dominación española con todas sus consecuencias políticas y económicas que a la fecha siguen trayéndose al presente.
Al aproximarse la conmemoración del inicio de la Guerra de Independencia, o lo que convencionalmente llamamos así, la exaltación de los valores nacionales abonan al sentido de pertenencia en un país que lucha –sin remedio– con la multiculturalidad que lo determina.
Tras la consumación del movimiento armado el 27 de septiembre de 1821 los primeros años se caracterizaron por una constante: preguntarse qué elementos hacían a cada uno de los extractos sociales agruparse en un sentido de igualdad, más allá de los discursos independentistas y planes bélicos, así como dialogaban en toda la geografía nacional.
Es decir, qué determinaba al centralista norteño del habitante costeño en un concepto de mexicanidad: el color de piel, una lengua dominante –sus consecuentes variaciones–, radicar en una zona delimitada, por mencionar algunos aspectos. No era fácil entender para un sujeto haber nacido en la pleitesía de la Corona ibérica y en plena madurez concebirse como mexicano, no sin antes vivir momentáneamente en la monarquía de Agustín de Iturbide.
De ese tamaño fue el radical cambio de idiosincrasia que en apenas unos años enfrentó el común de la gente; sobrevivir a las castas y aprender a cohabitar con los otros, consigo mismo. El naciente mexicano de esos días delimitó su historia básica en la diferencia, negando todo lo anterior para proyectarse en el territorio, ideal romántico que los liberales de Benito Juárez supieron utilizar contra la Intervención Francesa en 1862.
Contaba Paco Ignacio Taibo II que al estallar la revuelta de Miguel Hidalgo y aprisionar a soldados realistas su ejército –conformado por indígenas, mayormente–, desnudaban a los militares para comprobar que no tuvieras “rabo”, pues su imaginario los consideraba “demonios” por antonomasia. Esta idea, irremediablemente, proviene del adoctrinamiento católico y su proteccionismo resultante luego del florecimiento de la Santa Inquisición. Así, el indígena pasó del considerarse una “esponja” del mal a protegido en los brazos de la religión.
Lo anterior lleva también a cuestionarse entonces, ¿cómo era visto éste al paso del florecimiento del Virreinato? ¿En verdad la Corona española tras la caída de Tenochtitlán y en lo sucesivo se encargó de explotarlo salvajemente o sin miramiento? Al menos, esta es la visión que tuvo mi generación gracias a los libros de texto que documentaron el despotismo con litografías y materiales visuales.
El joven promedio creció con este acercamiento, surgiendo la primera oposición histórica: sin Hernán Cortés funge como el hito del comandante de mar y tierra, Miguel Hidalgo queda proyectado como el “padre de la patria”, contradicciones que lo sintetizan al nivel más alto de la tradición histórica. No obstante, en los últimos veinte años los estudios documentales han dado cuenta que el papel indígena es diferente.
En especial, porque se ha rescatado la historiografía de las leyes dictadas para las Indias, eufemismo para los territorios “descubiertos” y dominados por los españoles desde mediados del siglo XVI. No es difícil comprender que los monarcas se vieran como protectores del catolicismo, para lo cual se comprometieron a difundir el dogma por todo el territorio, aunque con una diferencia: la única manera en que intervenían en la vida “pública” del nativo era cuando sus costumbres contradijeran la fe.
Un dato más, las leyes de Indias contemplaban cuidados especiales para la población originaria, es decir, se implementaron para evitar abusos en su contra, inclusive, se prohibió fueran esclavizados para lo cual se trajo desde África quienes realizaran labores pesadas. Esta revisión histórica vale la pena considerarse al punto de cuestionar hasta dónde el oficialismo impregna su mano de sombra y los alcances que tiene.
Para ello, la lectura obligada es “Manual del historia del Derecho Indiano”, de Antonio Dougnac Rodríguez, documento publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, mismo que ayuda a suprimir muchas verdades contadas a medias.