Heridas invisibles: lo que nadie ve detrás de una adicción ¿Y si detrás de cada adicción hubiera una herida invisible?

Teresa Juárez González

Nadie elige destruirse a sí mismo porque sí. Nadie quiere perder el control de su vida simplemente por placer. Nadie pretende perder a su familia o patrimonio por gusto. Lo que suele haber detrás es algo mucho más profundo: heridas emocionales que no sanaron, traumas que dejaron huellas invisibles, soledades pasadas que se volvieron insoportables o conductas aprendidas y adquiridas en la infancia.
Hablar de adicciones es un tema complejo, sobre todo, cuando las miramos desde una perspectiva psicológica o emocional porque vivimos en una sociedad que juzga desde la apariencia, lo superficial y lo inmediato. Por eso, cuando se piensa en adicciones, la imagen que aparece suele ser la de una persona fuera de control, perdido y con falta de conciencia. Y pocas veces nos detenemos a escuchar su grito silencioso para entender qué le duele.
Es brutal pensarlo, pero la mayoría de los caminos que conducen a las adicciones inician en la infancia. Dentro de hogares disfuncionales donde el afecto es escaso pero la violencia es cotidiana, donde incluso existen abusos silenciados y carencias invisibilizadas. Ahí nacen heridas que con el tiempo se vuelven barreras de las que se quiere escapar.
Y es ahí, en el intento de huir de los recuerdos dolorosos, del miedo a enfrentar la realidad o de la angustia por no saber cómo lidiar con ella, donde nacen las conductas adictivas como un medio para refugiarse y anestesiarse para no sentir dolor. Desde esta perspectiva, las adicciones no son la raíz del problema, sino un refugio para soportar y sobrevivir de algo más profundo.
De acuerdo con Claudia Tejeda Romero, paidosiquiatra, adictóloga y especialista de Centros de Integración Juvenil en México, 8 de cada 10 jóvenes que consumen sustancias lo hacen para aliviar problemas emocionales como ansiedad, depresión, trastornos de conducta o déficit de atención e hiperactividad.
Aunque solemos asociar las adicciones con sustancias químicas como el alcohol o las drogas, también existen adicciones conductuales como trabajo, juego, redes sociales, relaciones interpersonales, trastornos alimenticios, entre otros. Según el Observatorio Mexicano de Salud Mental y Adicciones, las 5 adiciones más frecuentes vinculadas a estados emocionales en jóvenes mexicanos son:
Metanfetaminas (cristal): para evadir estrés o agotamiento.
Alcohol: como vía de escape ante emociones dolorosas.
Marihuana: para aliviar ansiedad o malestar emocional.
Ludopatía (juego): ligada emociones intensas y compulsivas.
Redes sociales e internet: relacionadas con ansiedad, depresión y baja autoestima.
En todos los casos, el patrón se repite: buscar afuera un alivio temporal para un vacío interno. Y digo temporal porque cuando la sobriedad regresa, el dolor permanece, los traumas continúan e incluso vienen acompañados de culpa, vergüenza o juicio social.
Salir de una adicción es difícil porque cuanto más tiempo se permanece en ella, más complicado se vuelve. Pero es posible recuperarse de ella y sanar. No solo se trata de dejar de consumir o el mal hábito, sino de reconstruirse desde adentro. Y aunque el camino sea largo y lleno de recaídas, asumirlo con valentía, fuerza, convicción y persistencia marcará la diferencia.
La recuperación requiere acompañamiento profesional, una red de apoyo personal y espacios libres de juicio. El primer paso —el más difícil— es reconocer que no se puede solo y aceptar que se necesita ayuda. Terapia, grupos de apoyo y acompañamiento emocional son herramientas clave para sanar, no solo la adicción, sino la herida que la originó.
Las adicciones no se resuelven solo en lo individual: como sociedad tenemos la responsabilidad de dejar de juzgar, mirar con empatía, comprensión y ser más humanos para acompañar a quienes, en silencio, piden ayuda, empezando a preguntar “¿qué te duele?”. Recordando que detrás de cada adicción hay una historia y toda historia merece ser escuchada.

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