Hasta que la era digital y del entretenimiento nos separen

Por Fátima García

Cuánta razón tenía Octavio Paz cuando alguna vez en Madrid expresó que la imaginación es la facultad que descubre las relaciones ocultas entre las cosas. Enorme esta aseveración y, hablando precisamente de imaginación, quisiera abrir esta columna abordando de manera muy breve La caverna de Platón. Para quienes no la conocen se trata de una alegoría para mostrar que desde que nacemos, nos encontramos como prisioneros encadenados a un muro dentro de una caverna. Allí, un fuego ilumina al otro lado del muro; los prisioneros ven las sombras proyectadas por objetos que se encuentran sobre ese muro, los cuales son manipulados por otras personas que pasan por detrás. Los prisioneros creen que aquello que observan es el mundo real, sin darse cuenta que se trata simplemente de apariencias.
Ciertamente, no es de ignorar que en las sociedades modernas existe un desconocimiento generalizado de lo que ha venido sucediendo detrás de la escena del mundo en el que nos movemos, pero si pensamos en La caverna de Platón y de pronto se nos ocurriera hacer una adaptación a nuestra vida actual, tal vez veríamos que esos prisioneros encadenados se han ido materializando en la era digital y del entretenimiento.
Las tecnologías de la comunicación han contribuído a dar muerte al lazo social y nos han colocado frente a un terrible malestar, pues las exigencias sobre la perfección y felicidad tienen como condición el narcisismo; los jóvenes han declinado hacia un estado de mera fragilidad psíquica y baja tolerancia a la frustración, sin embargo, paradójicamente hay que decirlo, los motivos del “éxito” también son las fuente de los síntomas de depresión, ansiedad, trastornos del sueño y alimentarios que aquejan a la sociedad del siglo XXI.
Es innegable el éxito del entretenimiento y la búsqueda del falso “amor” en la era digital; comenzando por el primero, todos hemos sido testigos de cómo ciertas series en NETFLIX han arrasado por su masividad ofreciendo modelos agresivos de comportamiento que pueden llegar a ser imitados por la sociedad indócil a la razón, basta con caminar por cualquier calle para ver la popularidad en la venta de disfraces y máscaras de las series más exitosas. Se nos ha enseñado incluso a ver las actividades delictivas como algo normal siendo que la mujer, además de ser cosificada, es colocada como objeto de desecho en esta cultura del Kleenex, “úsese y tírese a la basura”. Resultó ahora que los secuestradores y grandes ladrones de bancos, de pronto se convirtieron en héroes a los que hay que admirar y aplaudir, pero curiosamente nos espanta la violencia en el país, hemos perdido de vista la verdadera realidad, ¡Cuán contradictorios somos!
Pero, ¿y el amor? ¿y los valores? ¿dónde quedan? Decían por ahí que no hay nada real que lleve a la verdad. Los deseos y las pasiones que habitan el cuerpo arrasan al sujeto a amores y batallas que lo alejan de la verdad, enganchándolo en la carne del error, pero ¿por qué no podemos cesar de elegir lo que acabará por hacernos daño?
Antes la gente se conocía más en un café, o un hombre buscaba la forma de romper el hielo para acercarse a sostener una charla con cierta chica mirándola a los ojos, ahora simplemente abres Tinder y con algunos movimientos de dedos eliges el intervalo de edad, el tipo de relación que te gustaría tener, nivel de estudios, la distancia para comenzar una relación y listo. ¿No acaso se trata de una reducción al puro estatuto de cuerpo como un simple pedazo de carne? ¿por qué las desaventuras, los desencuentros, el malentendido del amor siguen vigentes? porque déjenme decirles que la búsqueda de amor por la Internet además de retratar la condición humana en el capitalismo salvaje pone en evidencia la falta de amor propio, la gran inmadurez y conductas patológicas del ser.
A pesar de los peligros nos seguimos colocando frente a quien no conocemos, seguimos apostando a la vida sin riesgo, pero lo más lamentable, es que cuando una mujer es asesinada en lo real en manos de un perverso, la sociedad sale a las calles a gritar ¡Ni una más! ¿No acaso también es una nefasta contradicción?
Hay que decir que los discursos producen realidades, y las realidades finalmente producen hechos mortíferos cotidianos, se convierten en mandatos que, a la manera de El hombre soberano de Sade, indican “Tengo derecho de gozar de tu cuerpo, puede decirme quien quiera…”
Esto ha dejado de ser nuevo, el mundo digital y de entretenimiento han viralizado esta tendencia, con esto no quiero decir que todo aquí sea malo, pero por fortuna, lo último en salir de la caja de Pandora, pequeñito y brillante parecido a una piedra preciosa, fue la esperanza, suficientemente poderosa como para frenar o al menos demorar la pendiente trágica del ser humano.