Hablando de la pandemia y las alteraciones de orden psíquico

 

Los seres humanos no nos limitamos a funcionar como organismos vivos que se esfuerzan en la supervivencia. Sobran pruebas de que, como especie, no hemos tenido el suficiente interés por proteger nuestra propia vida. El coronavirus desencadenó una pandemia y el mundo entero parecía colapsar por completo. Sociedades enteras hemos vivido en aislamiento, reclusión, suspensión de actividades, falta de trabajo, desplome masivo del comercio mundial, contagios y muertes.
De un momento a otro, nos convertimos en protagonistas de un mundo surrealista, una distopía, una película de horror y suspenso al estilo de Hitchcock, donde a la fecha no existe lugar seguro en ninguna parte del mundo, siendo que, muchos para “salvaguardarse”, han preferido negar o evadir por completo la realidad, colocando así un velo a su propia pulsión de muerte, al terror de ser aniquilados.
En este sentido, me resulta posible pensar en el incremento de patologías ligadas a la depresión, ansiedad, intentos de suicidio, insomnio, trastornos de estrés postraumático y un continuo estado de angustia, pues las palabras NO dichas tienen el peso suficiente para hacer retornar de manera perturbadora todo aquello que está en el orden del inconsciente.
Hay que mencionar que, estos trastornos habían estado ya en directa relación con la complejidad que presenta el siglo XXI pero, desde luego, esta situación mundial por la que hemos atravesado desde el 2019 vino a repercutir en estas alteraciones de orden psíquico, que solamente algunos han podido reconocer y han buscado un tratamiento psicológico adecuado.
Sin embargo, no olvidemos que seguimos viviendo bajo el discurso capitalista, cuyo debilitamiento de sus propios límites, aún con todo, sigue manteniendo la ilusión de que el sujeto puede lograr “todo”, teniendo como evidencia la feroz oposición a reconocer la propia falta, por eso el fármaco y los narcóticos, parecieran convertirse en una “falsa” promesa más para anular las imposibilidades y los fracasos, taponeando cualquier pregunta sobre la posición del sujeto frente al entramado social.
Ciertamente, en las últimas décadas, hemos visto cómo el sujeto pareciera vivir más angustiado; no en balde, desde 1969 la atención sobre el suicidio se ha incrementado por la Organización Mundial de la Salud; las demandas psiquiátricas de igual manera han aumentado; los cuerpos se aprisionan más cada día de panaceas imaginarias y ¿la palabra? ¿dónde queda? ¿por qué la hemos olvidado?
Cuando hablamos de angustia como un mal que no tiene época ni corresponde a una sociedad en particular, habría que decir que, cuando la cantidad de este mal-estar es demasiada, el sujeto busca defenderse de algún modo, haciéndose creer a sí mismo que “no pasa nada”, alejando así cualquier idea que conecte con la realidad y le haga reconocer la angustia y el dolor.
Claro, para muchos, es preferible negar que reconocer, porque reconocer duele, atemoriza, y, no existe nada más aterrador que confrontarse y hacerse cargo de sí mismo.
Sí, decir que “no pasa nada” es una negación de lo real, y no hay nada más peligroso que lo evidente. No solo negamos la realidad cuando esta causa mucha angustia, también, frente a los sentimientos de vulnerabilidad, enojo, dolor, encontramos las llamadas reacciones maniacas. Eso explica por qué mucha gente a pesar de vivir en una situación de extremo riesgo para la salud, ha participado de fiestas, reuniones, salidas innecesarias, pues la euforia misma, contribuye a minimizar el riesgo en la mente de las personas.
Yo creo todos, hemos escuchado a muchos decir que el Covid-19 llegó para quedarse, tal vez todos coincidimos con que es verdad, pero ahora con la reapertura de espacios públicos cerrados ¿será que ahora sí estamos listos? ¿será que con el permiso y la bendición de la autoridad vamos a dejar como sociedad de sintomatizar la angustia? ¿de qué manera el discurso gubernamental va a seguir impactando en la arquitectura de nuestro psiquismo?
Simplemente, son preguntas…