Excompañeros de la escuela, inteligencia colectiva y otredad

“Las reuniones de excompañeros de escuela
son pasajes para experimentar
la inteligencia colectiva y la otredad”.
Abel Pérez Rojas.

Cuando nos reunimos con los excompañeros de la escuela, reproducimos pasajes de experimentación de los beneficios de la memoria colectiva y la complementariedad de la otredad, porque son varias mentes y corazones recreando momentos comunes, pero vistos desde diferentes historias de vida.
Eso pude vivir hace muy poco cuando me reuní con mis excompañeros de la secundaria, el grupo C de la Escuela Secundaria Federal Jorge L. Tamayo, turno matutino, generación 1982 – 1985, en Tehuacán, Puebla.
Coincidir con amigos a quienes no veía desde hace treinta y tantos años fue como desenterrar una cápsula del tiempo y que, además de atesorar recuerdos, ésta dialogue y fraternice.
Los asistentes a este tipo de reuniones opinan, ríen, se divierten, sobre todo ponen datos adicionales, detalles, anécdotas que permiten reconstruir nombres, situaciones y pasajes que habían quedado en el olvido o que eran desconocidos.
Cada confluencia de recuerdos se convierte en una recreación colectiva, de tal manera que, sin mucho esfuerzo, sale a la vista una especie de gran cerebro trabajando.
La función principal de ese cerebro social es la memoria, ésta desentierra de las arenas del olvido algo, a través de cuyas capas, cada quien se recuerda, se reconoce, se reconstruye y ya no es el mismo.
Por ejemplo, con cada nombre de algún profesor del pasado se desencadenan otros tantos pasajes que se habían archivado en una área de reposo, como si se tratara de la zona de “archivo muerto”, delimitación que guarda aquello que no se utiliza, pero que se reserva por cualquier cosa, siempre y cuando no estorbe a las funciones diarias que empleamos y con las cuales resolvemos el día con día.
En este tipo de reuniones puede comprobarse que además de ver con claridad a la inteligencia colectiva trabajando, también aflora un corpus emocional colectivo.
Las anécdotas dan paso a emociones conjuntas que casi siempre se ven acompañadas por canciones de moda de los años de coincidencia.
Por unas horas retrocedemos en el tiempo cuando convivimos con nuestros excompañeros, nos evadimos de la realidad, nos sentimos más fuertes, quizá más jóvenes y vivimos en el otro, en el de enfrente, aunque sea a través de lo que fue y ya no regresará, a menos que vuelva a través de nuestros recuerdos compartidos.
En el caso de la reunión con mis excompañeros no se trató de un convivio cualquiera. Fue la primera convivencia en transpandemia.
Indudablemente la pandemia del COVID-19 nos sensibilizó sobre la fragilidad de la existencia humana.
De un momento a otro las condiciones cambian y el mundo que consideramos estable no es más la realidad.
Todo pende de un hilo, en lo individual somos fuertes y débiles, pero en conjunto nuestras fortalezas se potencian y las debilidades disminuyen o se atemperan.
En la convivencia con mis compañeros les compartí mi poema Como girasoles, después de haber dirigido un mensaje a manera de brindis:
Los girasoles no se intimidan / a pesar del sol oculto, / del viento fuerte / y las nubes rollizas. / No se achican, / mucho menos languidecen, / se buscan unos con otros, / forman murallas, / estructuras para apoyarse en comunidad, / dan y reciben el calor de junto, / se acompañan en el tránsito / esperando el regreso del astro rey; / mientras tanto, palpitan al unísono / como la réplica de un corazón titánico. / Enseñanza a la vista de todos, / lecciones de vida de la Niña Madre, / consejos que suspiran al oído / esperando ser escuchados, / queriendo ser aprendidos, / buscando anidar en tu corazón, / queriendo marcar un nuevo destino: / el de la fortaleza en otredad.

No hubo duda, la concurrencia se asumió como un grupo de girasoles, al menos como esos a los que se refiere el poema en lo concerniente al apoyo mutuo, al acompañamiento solidario, en la conformación de microscópicos nodos de tejido social: se buscan unos con otros, / forman murallas, / estructuras para apoyarse en comunidad, / dan y reciben el calor de junto, / se acompañan en el tránsito.
Pero la experiencia colectiva no solo se redujo a la asistencia, también se amplió a los ausentes, dicho de otra manera: el cerebro colectivo se autorreconoció a través de quienes no pudieron acudir a la convocatoria y por quienes ya trascendieron a otro plano.
El cerebro colectivo mostró sus alcances y la posibilidad de ampliarse cuando más excompañeros acudan a la cita o cuando acuerden emprendimientos conjuntos o parciales.
Hubo un elemento que rondó en el ambiente y que es preciso hacer visible.
La reunión de excompañeros –a la que acudí–, es de quienes se conocieron en la adolescencia, en aquella época cuando las expectativas de lo que se hará en la adultez está quizá al tope.
En la adolescencia muchos queremos comernos el mundo futuro a puños. Soñamos con la posibilidad de que seremos esas personas que construirán un mundo diferente, como lo dice aquella canción de 1984, compuesta por Ricardo Bernabé Rodríguez y Rubén Amado e interpretada por Luis Miguel, La juventud; la cual seguramente cantó alguna vez los cincuentones reunidos esa noche, cuando tenían entre trece y quince años:
Quién sino tú / es el futuro de este mundo de horror / el encargado de ponerle color / y una canción a este mundo gris / de la creación. / Quién sino tú / ha de salvar al hombre, quién sino tú / este planeta enfermo ya no da más / tiende a morir, tú lo salvarás, / tú lo salvarás. / Cantemos todos porque la juventud / viene marchando, es una gran multitud / que trae al viento la bandera de la paz / todo cambiará, todo cambiará…
Pero ¿Qué pasó treinta y tantos años después? ¿Hasta qué punto nos aproximamos a los sueños de la adolescencia? ¿Hay combustible en esos sueños –avivados ahora por este tipo de reuniones–, en lo que resta de la existencia de los involucrados?
Los adolescentes de la década de los años ochenta vuelven para cuestionar a los cincuentones de la segunda década del siglo XXI, quien lo diría, la inteligencia colectiva en funciones de otredad, nos envuelve, nos hace reconocernos y nos interroga con unas líneas musicales en voz de Menudo (Claridad. 1981):
Ven claridad, llega ya, trágate la oscuridad / llega ya, vuela ya que el soñar me va a matar / basta ya de esperar de la misma forma / si necesito tu luz / que vuelvo a su esclavitud, ah, ah / que vuelvo a su esclavitud…
Doy por hecho que las próximas reuniones con mis excompañeros no las volveré a ver como antes y seguramente las voy a disfrutar más.

Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin.com