
¿Por qué nos cuesta tanto pedir ayuda? ¿Por qué parece que mostrarnos vulnerables es sinónimo de debilidad? Muchas veces, cuando atravesamos un problema, preferimos callarlo, guardarlo o evadirlo antes que reconocer que lo estamos pasando mal. Y así, dejamos que crezca hasta convertirse en una bola de nieve de la que parece imposible salir.
Desde pequeños, aprendemos —a veces en casa, en la escuela o incluso en la religión— que lo correcto es “aguantar”, “resistir” y no incomodar a los demás. Nos enseñan a dejar nuestras necesidades al final, como si pedir apoyo fuera un capricho o cobardía. Pero esa enseñanza nos castiga en silencio, porque cuando no pedimos ayuda a tiempo, el auxilio suele llegar demasiado tarde.
En la vida diaria esto se ve en situaciones muy comunes: adolescentes que prefieren fingir que “todo está bien” aunque se sientan solos; jóvenes universitarios que cargan con la presión académica sin atreverse a decir “no puedo más”; adultos que esconden los problemas para no preocupar a los suyos. ¿Qué pasaría si aprendiéramos a reconocer nuestra vulnerabilidad sin miedo al juicio?
La verdad es que los seres humanos nacemos vulnerables y dependemos de los demás desde el inicio de nuestra vida. Por naturaleza necesitamos apoyo, compañía y cuidado. Negar esto es ir en contra de lo que somos y de lo que nos identifica como personas.
Por eso, hoy más que presentar estadísticas o teorías, quiero invitarte a mirar la vulnerabilidad desde dos perspectivas:
Desde dentro: aceptando que todos necesitamos ayuda en algún momento. Reconocerlo no nos hace menos valiosos, al contrario: nos hace valientes. Levantar la mano a tiempo para decir “ya no puedo solo” es un acto de honestidad y fortaleza.
Desde fuera: aprendiendo a mirar al otro con empatía. Estar dispuestos a escuchar y tender la mano sin juicios, sin condiciones ni pretextos. A veces más que brindar una solución inmediata basta con decir “aquí estoy” para que alguien se sienta acompañado y confiado de que se va a resolver.
En la medida en que aceptemos nuestra propia vulnerabilidad, también podremos ofrecer apoyo real a los demás. Mirar-nos compasivamente, con afecto y con cuidado son la clave para evitar a tiempo que los problemas lleguen a convertirse en heridas profundas, extremas o irreparables.
Reconocernos vulnerables, pedir ayuda y ofrecerla sin miedo ni prejuicio es un acto de humanidad. Atrevámonos a hacerlo: porque pedir ayuda no nos debilita, nos salva.
Teresa Juárez González
IG: @teregonzz14