
En Puebla, una ciudad donde el discurso de género ha ganado espacios en la política pública y los medios, una encuesta reciente realizada por la empresa INDAGA revela una realidad que a menudo se ignora: los hombres también sufren maltrato. Y en silencio.
Los resultados son inquietantes: más del 33% de los encuestados dijeron haber sido controlados, humillados o limitados por su pareja, ya sea frecuentemente (10.2%) u ocasionalmente (23.7%). Pero lo más revelador no está en lo que se dice, sino en lo que no se quiere decir: un alarmante 38% prefirió no responder.
La negativa a hablar no es casual ni anecdótica. Está ligada a un estigma profundamente enraizado: la idea de que los hombres no son víctimas, o al menos, que no deberían serlo. Lo confirma otro dato de la encuesta: el 22.2% de los hombres evitó denunciar un maltrato por miedo a no ser creído o a ser ridiculizado.
Esta desconfianza institucional no es una suposición. Según datos del INEGI (ENDIREH 2021), aunque la violencia contra mujeres es más visibilizada (lo cual es justo y urgente), también existe un vacío estadístico en torno a la violencia que sufren los hombres, especialmente en contextos familiares y de pareja. De hecho, el propio INEGI reconoce que la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares se aplica exclusivamente a mujeres, lo cual deja fuera la experiencia masculina de forma sistemática.
Pero el problema va más allá de las encuestas. Cuando se pregunta si la sociedad reconoce y atiende adecuadamente los casos de hombres que sufren maltrato, 43.6% respondió tajantemente que no, y apenas un 6.8% cree que sí se atienden completamente. Esto refleja una falla estructural: el maltrato masculino no está en la agenda pública ni mediática.
Resulta particularmente alarmante que más del 39% de los encuestados afirmaran haber sido agredidos físicamente por personas cercanas al menos una vez, y que casi el mismo porcentaje, de nuevo, haya preferido no responder. El silencio se repite como un patrón, no solo en el hogar, sino también en el ámbito público.
Mientras el 30% de los hombres encuestados por INDAGA afirma conocer algún caso de maltrato masculino cercano, los programas gubernamentales, las campañas de prevención y los centros de atención siguen enfocados únicamente en mujeres. Esto no es un argumento para restar importancia a la violencia de género contra las mujeres, sino un llamado a reconocer que la violencia no distingue sexo y que la política pública debe ser incluyente y sensible a todas las víctimas.
La realidad es clara: el maltrato masculino existe, pero se oculta tras la vergüenza, el machismo, el estigma y el abandono institucional. Es tiempo de romper ese silencio.
¿Quién escucha a los hombres cuando son víctimas? ¿A qué instituciones pueden acudir sin temor al descrédito o la burla?
En un país que dice apostar por la equidad, la igualdad debe incluir también a quienes sufren en la sombra.
Porque la violencia no tiene género, pero el silencio, sí.