El feminicida de Atizapán

Por Fátima Adriana García / @FtimaAdriana1
Investigadora del orden social desde la mirada del psicoanálisis

Sí, sé que somos sujetos divididos
y que la muerte, no sólo la vida, nos habita.
J. Ignacio Mancilla

En toda sociedad, existen actos permitidos y prohibidos, actos que se miran con buenos ojos y actos que son capaces de generar en la sociedad una gran indignación. No es para menos que el caso de Atizapán haya estremecido a “casi” una nación entera, puesto que siguen sucediendo diversos acontecimientos que han demostrado que el sujeto sigue actuando sin límites que sostengan su propio pensamiento, recayendo el dolor sobre de él, sin paliativo alguno, donde lo primero que le es arrancado, es la palabra.
Sin embargo, es necesario analizar lo que sigue ocurriendo en las relaciones sociales, pues es evidente que algo no ha estado bien, pero ¿por qué si estamos en un momento donde las mujeres hemos alzando la voz en contra de la violencia de género siguen ocurriendo estos actos tan atroces? y peor aún ¿no es acaso una impotencia y una infamia para una familia no saber si una madre, hija, hermana desaparecida está viva o muerta, si está siendo abusada, vejada, torturada?
Ante la realidad que seguimos viviendo las mujeres en nuestro país, pareciera que nuestro discurso sigue girando en torno al temor que sentimos de caminar solas por las calles, pues estoy segura, que todas hemos aprendido a taparnos los oídos y a cuidarnos de las posibles agresiones; cuántas de nosotras hemos sido víctimas de hostigamiento, donde se ha visto invadida nuestra esfera de la intimidad.
Tal pareciera que este miedo que hemos sentido a lo largo de la historia, forma parte de una tradición social que legitima un tipo de violencia hacia nuestra sexualidad, dejándonos pocas posibilidades para la expresión.
¿Pero qué sucede cuando un feminicida en serie inserto en la sociedad está en cercanía de una comunidad donde además es respetado y visto con buenos ojos?
Analicemos un poco el papel psíquico que juegan feminicidas como Andrés N. pues seguramente debió haber existido en él una larga historia como víctima, posiblemente con una infancia violenta, cruel, plagada de desamor, burlas, de desigualdad social, quizá en un escenario de pobreza por lo que pudimos observar al momento de su detención; estos factores, pudieron haberlo volcado en una conducta patológica como victimario.
Si bien es cierto, el verdadero dolor es indecible, es el principio, el sentimiento más transparente, más antiguo, más familiar, por el que se guarda un vínculo de cercanía ligado a un odio crispante y que lastima a toda una sociedad.
Cuando en una dinámica familiar existe una vida de hostigamiento, con el tiempo reaparece de forma invertida, pues pareciera que, en el caso de Andrés N. de acuerdo al vínculo materno posiblemente desdibujado, es como si hubiese querido castigar a ciertas mujeres, no solo asesinándolas sino también descuartizándolas, aunque hay rumores en distintos medios locales y nacionales de que llegó a comer restos de ellas.
Es necesario mencionar que, entre matar y mutilar, hay psicópatas que logran sentir una gran satisfacción sexual. Sin embargo, ¿por qué tanto odio hacia ellas? ¿por qué asesinarlas para luego descuartizarlas? ¿por qué algunos feminicidas llegan incluso a cometer actos de canibalismo? ¿qué es lo que comen de ellas? o más bien ¿a quién se comen?
Si hacemos un análisis más profundo de este comportamiento incluso más allá, de lo que han dicho los medios de comunicación con respecto a los feminicidas que cometen este tipo de acciones, hay que mencionar que una de las alteraciones del comportamiento más llamativas y perversas es precisamente el canibalismo, pues existe una unión máxima entre alimentación y sexo ligado a la sexualidad, es decir, el objeto de amor no debe ser solamente amado sino también deglutido.
La palabra “caníbal”, se remonta a la época de la conquista española y, es a través de la historia donde se muestra, que muchas culturas, de acuerdo a sus rituales religiosos, utilizaron este rito de comer carne humana.
Hoy en día, a pesar de que estas prácticas están prohibidas, lamentablemente
han sobrevivido al estar ligadas a criminales que actúan bajo motivaciones sexuales y sádicas. También, en el caso de los caníbales, “matar es la manera que se tiene de vencer”, como si fuera una victoria personal, por lo tanto, esta práctica, surge como una necesidad propia que les ayuda a conseguir placer y gratificación.
Tomando nuevamente en cuenta el caso Andrés N., es evidente que, al asesinar mujeres, también mataba algo de sí mismo, pero no era suficiente, estaba en constante falta, poniendo de manifiesto su compulsión a la repetición.
De acuerdo con las investigaciones, pudimos observar que conservaba objetos personales de aquellas mujeres asesinadas; zapatos, barnices de uñas, prendas, etc. Siendo que esto lo podemos traducir también como “trofeos” que no solo evidenciaban sus aparentes victorias, quizá las guardaba, para no olvidarlas, inscribiendo también sus nombres en una libreta, pero a esa inscripción, me atrevo a nombrarla como una “escritura muerta” y ligada al goce, esos trazos que se pueden traducir como: saber de lo inconsciente, de la repetición.
Pero ¿por qué en Andrés N. se jugó durante años en esta polaridad, de ser un hombre aparentemente tranquilo que cometía al mismo tiempo verdaderos actos de infamia contra las mujeres?
Decían por ahí “Líbrame de las aguas mansas, que de las bravas me libro yo” Las personalidades incapaces de poner en palabra el dolor, tienden a cometer más pasajes al acto, sin embargo, es interesante darnos cuenta de sus límites simbólicos fallidos, pues era él quien apoyaba a los vecinos a la “seguridad” de la colonia, siendo representante no solo del consejo de participación ciudadana, sino además fungió como presidente de su colonia.
Para este tipo de personalidades que transgreden, desafían las leyes y a la vez se colocan en la apariencia como buenos ciudadanos, participativos, en realidad lo que buscan de manera simbólica, es al padre ausente, por eso, el “llamado” a los cuerpos policiacos no era para ser escuchado por la autoridad sino para llamar “al padre, a su padre” y sentir así esa “seguridad” que siempre estuvo en falta.
Tal vez, el centro de reinserción social donde ahora será remitido, se convierta en ese “padre simbólico” y posiblemente comenzará entonces a acatar las normas establecidas por la autoridad.
Es importante darnos cuenta que la palabra tiene un gran poder, el destino de las palabras no dichas, se convierten en un silencio que, con el tiempo agudizan el dolor, es por eso que hablar de lo que nos sucede tiene un gran efecto reparador.
Si puedes poner en palabras tu dolor, entonces déjame decirte que estás de suerte.