El amor verdadero

Mayra Labastida

Desgarbado, flaco y torpe al caminar, de personalidad pajiza como una basura que anda por la calle rodando, sucia y desteñida de tanto sol, sin ningún reconocimiento, siempre pasando desapercibido.
Juan Magaña era el buen tipo a quien la gente pide favores porque siempre está dispuesto a dar, pero no esperan se una a ningún grupo de ellos, aunque todos trabajen en el mismo sitio.
Parco siempre, de cara larga, no pretendía la sonrisa de nadie. Se deleitaba, con alegría muda que le regalaban sus ojos, viendo el contoneo de los cuerpos de las hermosas mujeres que desfilaban a su viejo gabinete para solicitar información sobre los programas de apoyo a la mujer empresaria.
Mujeres de todas las formas, tamaños, colores, olores y hasta sabores. ¡Sabores, claro! por supuesto que lograba identificar los sabores de alguna extraña, luego de lengüetear su palma al haberse despedido de ella agradecida por la información. Muchas sabían a un sudor extraño, a inquietud y nervios.
Es a lo único que podía aspirar, nadie que pudiera mirarlo tendría ganas de permitirle la entrada a su intimidad, al menos nadie que no recibiera dinero por ello. Su aspecto de vendedor de ataúdes, lánguido y paliducho ofendía la vista de muchas. Pero en el fondo tenía un corazón lleno de amor para regalar.
Uno de esos días que el cuerpo pide saciar las necesidades que se aferran como una sanguijuela, y que necesitan ser entregados al ser amado o a quien solo tenga el mero placer de quitar esa maraña de opresión que se oculta en el medio de las piernas y sube hasta las entrañas, decidió pagar por sexo.
Habían sido largas las noches en que el sueño se le habían convertido en humedad que recorría su mano y que le daban un poco de alivio antes de dormir.
Juan Magaña solo pensaba en tener un momento íntimo con alguien a quien pudiera demostrarle lo que él tenía por dentro, pero ante la falta de suerte no tuvo problema en pagar por ello.
Salió temprano del trabajo y decidió buscar el desfogue a sus necesidades en una casa de citas cercana a su colonia. Un lugar que tenía más aspecto de casa de terror que de un sitio acogedor al instinto y deseo de las pasiones.
Evidentemente la encargada del lugar tenía claro que en el negocio siempre es el dinero con lo que baila el perro, o se mueven las chicas, pero Juan Magaña le daba cierta repulsión desde que éste se acercó a preguntarle por alguna de ellas.
-Mira muñeco, las jovencitas que buscas traen otras tarifas, te va a tocar una más madurita ¡eso es lo qué hay!
La personalidad de Juan Magaña le traía mala espina y recuerdos de un mal amante, ponerles ese cliente tan raro probablemente les dejaría secuelas que terminarían en faltas al siguiente día o hasta querer salirse de la chamba, y la buena madrota no quería arriesgarse.
-Te voy a dar a Lilia, tiene sus años, madura pero bien entrona y bien ganosa, seguro te da batalla-.
Juan nunca supo las verdaderas intenciones de la distinguida empresaria, él solo quería un encuentro con alguna mujer.
Camino a su habitación se sumergía en la vibra pesada del lugar que le generaba cierto miedo. Su inseguridad no le permitía siquiera comentar el asqueroso olor que de repente se combinaba con la humedad de una jerga bañada en pinol.
-Aquí es bebé, págame y pásale, ya te espera. El trato se cerró con 200 pesos y la madrota se fue.
La puerta rechinante de un cuartucho que prometía encender el fuego guardado de los instintos primitivos de Juan se abrió para ver a la luz tenue de un par de velas a una mujer cuarentona que le esperaba semi desnuda.
Rechoncheta en su aspecto, era naturalmente sexy a los ojos de Magaña, grandes senos le esperaban y se soñaba rodeando con sus palmas el cuerpo curvo de aquella “molochita” que le esperaba.
⁃ ¡pásale manito, vente para acá! – dijo, sonriéndole como nadie lo hacía nunca.
⁃ A ver manito, te cuento algo antes de empezar esto, hoy tuve mucho trabajo por lo que no he podido comer, tú sírvete este plato (señalándose entre las piernas) mientras yo como corazón.
En tanto Juan Magaña le arrebataba las pantaletas de encaje negro que tenía puestas, Lilia sacaba de una bolsa de plástico azul una pierna de pollo que llevaba para comer.
-Perdóname manito pero tengo mucha hambre, ya ves cómo es este negocio, pero ¡tú dale, mi rey que tu dinero cuesta!
Y mientras Juan entraba en un ser desconocido, sintió la confianza que nadie le había dado nunca. Con gusto la veía comer su pieza de pollo rostizado que además olía muy bien. Con la boca engrasada y las uñas rojas pegajosas de condimentos. No había palabras, solo la veía atragantarse y eso lo hacía experimentar un momento erótico repulsivo que le aceleraba el corazón y le provocaba las ganas.
Aunque seguía comiendo, le mostraba cómo se puede conseguir dos tipos de placer en un solo instante, y le sonreía insinuándole que estaba muy a gusto con él.
Un poco desconcentrado logró lo que había esperado hacía mucho tiempo y al terminar se separó de Lilia quien le dijo:
⁃ ¿Qué tal mijo, todo bien? Te dejé que te sirvieras como buffet- mientras se limpiaba la boca con una servilleta de mala calidad que le pegaba cachos del papel en los dedos.
Después de unas palabras halagadoras al cuerpo de la bella dama, se despidieron alegres ambos y Lilia recibió una propina por su amable trato.
-Ojalá vuelva a verte-
-Sí manito, cuando quieras-
Juan Magaña salió de aquella casa con una satisfacción que le llenaba el pecho de una felicidad inexplicable. A pesar de eso su cara larga no expresaba todo lo que estaba viviendo. Subió a un taxi y se alejó de ese lugar.
Al siguiente día, después de terminar su trabajo, Juan Magaña se detuvo frente a una rosticería, compró un pollo y se sentó cerca de la casa de citas. Esperaba a Lilia.