De millennials e influencers (segunda parte)

Por Fátima García

Los hijos millennials; Son los que fracasan cuando triunfan,
porque han sido criados bajo la primicia de “puedes lograr todo lo que te propongas”
y eso los sentencia a una insatisfacción permanente.

Daniel Sánchez

Como bien sabemos, cada época tiene un distintivo propio. La manera en que nos identificamos con nuestros lugares de residencia o de nacimiento puede aportarnos un anclaje importante en el mundo caótico en que vivimos y reforzar la manera de vincularnos con nuestra familia, con la comunidad y con el resto de las generaciones precedentes y futuras. En su mejor variante, estos sentimientos están contenidos en un molde que da forma a la cultura, la cual es representada por medio del arte, literatura, música, gastronomía, idioma, cuentos populares e, incluso, de los animales salvajes con que relacionamos nuestra patria, por ejemplo, la serpiente y el águila.
Sin embargo, en la manera de estructurarnos psíquicamente, existe un despliegue de tiempo y espacio donde precisamente los síntomas sociales parecieran dialogar con las épocas e idiosincrasias de los distintos pueblos, brindándonos al mismo tiempo las posibilidades de habitar en el mundo.
Pero hay que destacar que existe un momento crítico en el que la lealtad hacia nuestros semejantes deriva en resentimiento y odio primero, y posteriormente en agresión a los demás, pues todo ser humano tiene ciertos impulsos agresivos y amorosos desde el inicio de su vida, sin embargo, el fenómeno digital que se muestra hoy en día es una polarización de estos impulsos, y por mucho que incremente la tecnología, no hay que olvidar que seguimos siendo humanos.
Es así como se proyecta este mal-estar en la sociedad donde los jóvenes e incluso adultos no han asumido su responsabilidad virtual por lo que se genera un terreno prolífico para los haters, pues dentro de una multitud, los sentimientos y actos son contagiosos hasta el punto de que el individuo sacrifica su interés personal por el interés colectivo.
La generación de millennials ha crecido con la comodidad de tener al alcance de sus dedos lo que las generaciones anteriores hicieron con grandes esfuerzos, sin embargo, decían por ahí que estos jóvenes son los hijos de una generación que heredó los devastadores efectos de las guerras mundiales; y cómo no, si tan solo los regímenes del terror del Tercer Reich en la segunda guerra mundial se nutrieron del idealismo y la energía de los jóvenes, moldeándolos en cuadros de movimientos de masas, fuerzas paramilitares e incluso asesinos genocidas.
Desde luego que los millennials e influencers no son necesariamente asesinos genocidas en un orden real, pero cuando su comportamiento es destructivo en redes sociales, desde luego que se convierten en asesinos dentro del terreno simbólico y esto sucede desde el momento en que difunden, inician rumores, comentarios agresivos y de odio que han conllevado incluso a otros influencers a quitarse la vida.
Dentro de esta lógica, quizá podríamos entablar una analogía entre millennials e influencers con los jóvenes de los regímenes fascistas, pues hay un inmenso poder que llega a tener un solo sujeto que domina a una multitud que, ciega, sigue a su líder, el cual es poseedor de una autoridad absoluta sobre sus seguidores, que orienta sus pensamientos, sentimientos y acciones, además les hace creer que los ama a todos por igual.
Aquí en México, de acuerdo a lo que hemos visto, el crecer y desarrollarse en un contexto neoliberal que tiene como soporte al capitalismo, insiste en generar discursos sobre perfección, teniendo como condición el narcisismo, conllevando a la sociedad a una falta de reconocimiento sobre el otro, y esto deriva en el miedo a crecer, a emerger del núcleo familiar, a salir de la adolescencia y vamos, simplemente cuántas mujeres y hombres que rebasan los cuarenta años quieren seguir encajando en la moda de los jóvenes comportándose como ellos y para muestra, tenemos los Tik Tok, donde colocan una investidura a su propio Horror vacui, es decir, cubren su propio vacío mostrando así su terrible necesidad de también ser aprobados por los demás.
De seguir viviendo en una sociedad que declina en esta sintomatología, hago presente la frase de Madeleine Albright, quien fuera Secretaria de Estado en los Estados Unidos y embajadora ante las Naciones Unidas entre los años 1997 y 2001:
“Las masas aceptarán con resignación la victoria de los césares,
de los hombres fuertes y los obedecerán”