De Karely Ruiz al narcisismo y la decadencia

Por Fátima García

No vamos a negar que cualquier debate sobre el significado del ser humano, su vida, su naturaleza, sus pasiones… vamos, todo aquello que lo constituye será hablar siempre de un misterio. Sin embargo, la crisis por la que atraviesa lo ha conllevado a transgredir ciertos límites con consecuencias devastadoras para su propia subjetividad, instalándose al mismo tiempo un nihilismo atroz cuyo efecto ha sido una vida sinsentido, donde lo único que se fabrica son sujetos plenos, idílicos, sin fracasos ni fisuras, con la idea de satisfacción perpetua y continua que no es más que alimento narcisista como fanatismo puro.

Antes de entrar en materia, valdría la pena detenernos en el pensamiento del gran ensayista argentino Ernesto Sábato, porque, ciertamente ¿qué es lo que ha puesto el hombre en lugar de Dios? Ya que, si pensamos en un altar podríamos imaginar un lugar de sacrificio y abnegación, pero en los altares neoliberales que tienen como soporte el capitalismo, el sujeto se rinde culto a sí mismo, se reverencia a los grandes dioses de la pantalla y de la Internet.

En este sentido, resulta posible pensar en el incremento de patologías que han comprometido a los cuerpos en referencia a la imagen que se ponen en juego a través del acto: estereotipos de modelos, bulimia, anorexia, cirugías, etc.

Existe una vieja frase zen que a mí en lo particular me agrada mucho, dice: “no sigas a los grandes hombres, busca lo que ellos buscaron”, pero frente a este malestar ¿qué es lo que se persigue? Porque, aunque los pobres de espíritu han existido siempre, la diferencia es que parecieran hoy multiplicarse y se potencian cada vez más al mostrarse de una forma idealizada.

Ciertamente, hoy en día es muy fácil ser famoso y viral, pero ¿de qué? ¿cuál es el valor que se aporta a la sociedad? Millones y millones que siguen a aquellos que no hacen nada, donde lo banal, lo trivial, la pura forma sin fondo, lo desmetaforizado, la apariencia, el cadáver como excrecencia, la cópula sexual efecto de la inercia como compulsión alejada del afecto, sin pasión, se muestra como estandarte de los modelos de control y desechabilidad que exigen a la sociedad no construir lazos sentimentales porque pronto serán reemplazados por nuevos modelos.

Hoy en día, el cuerpo de la mujer se ha convertido en la última frontera del capitalismo porque se ha monetizado su desnudez manteniendo la ilusión de que se puede lograr todo lo que se desee, colocándose frente a la búsqueda constante de “Me gusta” mostrando una necesidad permanente de afirmación.

Tal vez esta realidad la podríamos bien asociar al Infierno de Dante, ya que es como descender lentamente a fin de acostumbrar a nuestros sentidos a este triste hedor, porque después no tendremos necesidad de precavernos de él (Infierno, Canto XI).

Mi intención no es decir que las redes sociales generen necesariamente procesos narcisistas, o sean inadecuadas, pues nada es totalmente negro o blanco, pero hay que abordar el lado oscuro de la sociedad y de la cultura, ya que esto representa una dimensión de la realidad cotidiana de la cual hoy en día pocos quieren saber.

Frente a este malestar ¿No es absurdo que una chica como Karely Ruiz en plataformas como Onlyfans monetice más que un médico, un abogado, un maestro, por el simple hecho de mostrar una apariencia? ¿No es más absurdo que otra chica influencer como Yeri Mua culpe al INE de editar adrede su foto de perfil para verse fea? Y qué decir de “Fofo” Márquez quien cerró un puente para grabar un video de Tik Tok, pasando por encima de los demás sin pensar en las necesidades ajenas.

Tal pareciera que estos jóvenes con influencia comienzan a padecer de una obsesión por imponer su moda, aparentan vivir una vida perfecta, buscando el reconocimiento de quienes los siguen, gozan de su poder, influencia y autoridad; dan consejos de vida como si realmente supieran mucho de la felicidad; cubren el vacío con su empoderamiento.

Desde luego ellos no aman a nadie por lo que son totalmente narcisistas y la manera en que se manejan algunos de ellos a través de sus plataformas, invita de una manera silenciosa a sus seguidores a afectar su persona desde una temprana edad, arrancándoles su propia subjetividad e imposibilitándolos en muchos casos a tener un criterio propio.

Qué sabio Tomás Moro cuando en algún momento expresó: “Dejáis que se eduque a los niños deficientemente y que sus costumbres se corrompan desde sus primeros años, pero después los condenáis, al llegar a hombres, por faltas que en su niñez ya eran previsibles…”

Esta es la Era de la Liquidez, del goce, de las apariencias, de los cuerpos hermosos, de los filtros, de las ropas de marca, donde todos transitan por las avenidas de la alta tecnología, pero también es la era de los cansancios, de los déficits, de la depresión, la ansiedad, los intentos de suicidio, de la compulsión por no parar de consumir.

 

Bien decía Dante en la Divina Comedia: “¡Dichoso tú que dices lo que sientes! Mas, si sales de estos lugares, oscuros, y vuelves a ver las hermosas estrellas, cuando te plazca decir: “Estuve allí,” haz que los hombres hablen de nosotros. (Infierno, Canto XVI)

Pero, ante esta decadencia ¿se podrá?