“Celos”

Por Mayra Labastida

Aquí siempre amanece con el sol tan reluciente, Mari y yo estamos tan felices. Nuestros hijos ya se han marchado. Sus matrimonios son admirables. Que más le puedo pedir a la vida, tres nietos, una casa, dos coches y una flotilla de camiones que compramos para hacer crecer negocio de transportes, un negocio que nos dio una paz económica que cualquiera podía envidiarnos.
Hace tiempo que el hambre y la angustia por el dinero no pasaban frente a nuestros ojos.

Mari llevaba días en un hábito algo extraño para mí, se ejercitaba a diario. A sus cincuenta y dos años lucia espectacular, mucho mejor que veinte años atrás. Atravesó el umbral de la puerta con un aire brutal, tan eróticamente necesitada de sexo que podía despertar el ánimo del primero que la observara con los ojos míos.
-A dónde vas?
-Yo? ¿A ningún lado, te gusta?
-Te vez hermosa! ¡No has dejado de gustarme! Todos los días luces radiante pero hoy estás espectacular.
-Que tanto dices! ¿Ya te preparo de desayunar?
-Si! Necesitas algo? ¡Yo voy a comprarlo!
-No parece qué hay todo para prepararte unos chilaquiles picosos ¿se te antojan?
-No más que tú mi amor!
Y el día comenzó de maravilla. No dejaba de mirarla, era como si nunca la hubiera visto, el cuerpo le había cambiado en unas piernas torneadas y voluptuosas que le dejaban atrás los años de juventud pero que eran perfectas para el amor.

Para la tarde insistí que me acompañará a comer fuera, no acostumbraba a sentir celos por ella, pues en treinta y cinco años juntos jamás había sentido motivos para dejar que mi cabeza volará imaginando que tendría ganas de estar con alguien más.

Su caminar, su contoneo, sus formas tan estilizadas me hacían tomar un aire extraño cuando después de un rato acordamos ir a comprar el mercado lo necesario para la semana.

Todo era extraño, la risa con el despachador de la carne, la amabilidad con el cajero, la propina al policía que cuidaba el coche de nosotros. Me di cuenta de que María tenía una felicidad extraña que solo un loco obsesivo podría entender. Este loco que se daba cuenta que Mari estaba feliz por algo ajeno a mí, a su casa, a nosotros.

Comencé a sentir molestia, con su comportamiento, me desagradaba percibirla tan feliz. ¿Qué era lo que la hacía estar así?
Cuando llegamos a la casa, entro de prisa y en un segundo cambio los planes.
-Amor no tardo nada, voy a ver a Margarita, quedó de mostrarme unos manteles para la casa. Y se salió.

Dos horas después María regresó diferente, pasiva, pensativa. No dejaba de sonreír a escondidas, yo la observé en varias ocasiones, sin que ella lo notara.

Los días pasaron y el deseo que se había manifestado por la admiración de su ser tan radiante comenzó a volverse en una desconfianza que me perturbaba día y noche.

Siempre tenía pretextos, miles para salir a cualquier lado, que una costura, que algún ingrediente, que si el café con Margarita.

Hasta que la vi. Llegue temprano a propósito. Ninguna de las cosas que me había dicho eran ciertas. La verdadera historia era que si iba a casa de Margarita, pero a verse con su hijo de solo veinticuatro años, un muchacho pegado a las faldas de la madre que solo le iba quitar el dinero y las ganas a María. Se veía ridícula besándolo, su belleza de mujer madura hacía ruido con la juventud del muchacho. Sentí un fuerte dolor en el estómago, y no pude detenerme, me acerqué a los dos y se la quité de los brazos, a él lo empujé con tantas ganas de que cayera muerto. Le sonrraje una patada en la cara y ahí se quedó mudo.

Tome del brazo a María y la lleve a la casa, a la vista de todos los vecinos, con los cuernos pesados de tantas burlas.

– ¿porque lo hiciste María?
– no es nada, te juro
– Nada? Estabas besándolo a la vista de la gente. ¿cuánto tiempo llevas poniéndome en evidencia?
– Nunca había pasado te juro es la primera vez.

Me sentía triste, dolido y avergonzado, jamás en toda mi vida le había sido infiel a María. ¿porque ella lo era conmigo?

Y comencé a sacar todas sus cosas de mi casa, quería que sintiera la humillación a la vista de los chismosos, mientras le gritaba su ingratitud.

Ella lloraba y forcejeaba conmigo para regresarle sus cosas, yo no quería volver a verla.

En un momento ella me miró asustada y un golpe en la cabeza me tumbo al piso de inmediato.

Las botas sucias de un hombre estaban cerca de ella.
– ¿María no te hizo nada? No quiero que te lastime mi amor. Ya estoy aquí para defenderte.

Mientras me pateaba la cara y la cabeza, como yo lo había hecho antes cuando tenía a mi esposa en sus brazos.

– No Déjalo lo estás lastimando. Lloraba arrepentida. Parecía que si sentía, que si tenía corazón.
– Él no hizo nada. Lloraba asustada. Fuimos nosotros. Ya le abriste la cabeza, lárgate de mi casa.

Una sirena se escuchaba a lo lejos. Un coágulo se formaba en mi cabeza. Botas de casquillo. En un segundo deje de respirar. Ya lo había hecho desde que la vi besándolo. Aquí tirado la sigo viendo hermosa.