Beatriz Tapia, vocación social que trasciende fronteras: BUAP

School of Medicine Faculty Matters Portraits UTRGV Photo by David Pike

La orientación social y humanista son características que la BUAP forja en sus estudiantes, quienes al egresar plasman estas cualidades en su quehacer profesional, como la doctora Beatriz Tapia, profesora asociada del Departamento de Pediatría y Vicedecana de Desarrollo Profesional Docente de la Universidad de Texas Río Grande Valley, en Harlingen, quien encuentra en la enseñanza, investigación y acción comunitaria la mejor expresión de su vocación de servicio.
Egresada de la Facultad de Medicina de la BUAP, ha sido directora del Programa de Investigación de Educación Ambiental del Sur de Texas (STEER) y ha desarrollado un amplio trabajo con poblaciones latinas en Estados Unidos, en salud ambiental y fronteriza, así como disparidades a lo largo de los límites con EEUU.
A través de la investigación participativa de base comunitaria, se ha desempeñado en las áreas de enfermedades infecciosas y peligros ambientales relacionados con pesticidas y exposiciones químicas. Una de sus líneas de trabajo es crear programas de educación ambiental, basados en los riesgos ambientales en el hogar y comunidad del sur de Texas.

¿Qué es la medicina ambiental?
El entorno y los factores externos están estrechamente vinculados a la salud de los individuos, es por eso que la medicina ambiental se ocupa de las patologías que se desarrollan por efecto de los tóxicos ambientales que pueden derivar en enfermedades emergentes que van en aumento, como el cáncer, Alzheimer, fibromialgia, alergias o autismo, las cuales pueden diagnosticarse desde lo multifactorial, pero su relación con los elementos tóxicos del medio ambiente requiere de una atención especial.
En este sentido, la doctora Beatriz Tapia trabaja en la evaluación de los hitos del desarrollo infantil y las señales de advertencia del autismo, como una herramienta de divulgación educativa y de salud pública eficaz para las promotoras en el sur de Texas, en el Centro de Investigación del Autismo Hispano, donde a través de un biorepositorio de 25 casos y 25 controles se profundiza en el conocimiento de ese padecimiento entre la población hispana, relacionado con exposiciones ambientales.

La docencia y la vocación social
Beatriz Tapia nació en Chicago, Illinois, pero sus raíces son mexicanas; su papá era poblano y su mamá originaria de Guerrero. La enfermedad de su padre provocó que la familia regresara a México, donde ella cursó la secundaria y preparatoria, para después elegir la Licenciatura en Medicina de la BUAP, donde tuvo un desempeño académico de excelencia que le valió ser parte de un programa piloto que brindó facilidades a los estudiantes de los últimos semestres de esta carrera para consolidar su formación en hospitales.
“Mi trayectoria profesional se marca cuando entro a la Facultad de Medicina. La BUAP me dio muchos logros personales porque fui parte del primer grupo piloto del Hospital General, que por promedio fuimos colocados en hospitales para realizar los últimos años de entrenamiento. Después hice mi internado en la zona fronteriza de Reynosa, para regresar a San Pablo Zitlaltepec, Tlaxcala”.
Fue precisamente en ese pequeño pueblo, ubicado a 20 minutos de La Malinche, donde la doctora Beatriz Tapia descubrió lo que más adelante se convertiría en una labor diaria que complementaría su desempeño profesional: la docencia. Todas las noches, recuerda, la llamaban para atender curaciones menores, fue entonces que supo cómo aportar algo a esa comunidad.
“En San Pablo Zitlaltepec inicié mi formación como entrenadora de promotoras de salud, que ha sido la base y entrada a la docencia. Al realizar mi estancia ahí y ver las necesidades de la población, empecé a cuestionarme cómo podría ayudar para que fueran más saludables. Fue así como investigué sobre un programa estatal de promotoras, al cual me sume para capacitar a las personas”.
Beatriz Tapia recuerda que la primera vez que convocó a una capacitación para promotoras de salud se sorprendió del número de interesadas. Eran unas 30 mujeres a las que les enseñó como inyectar, tomar la presión, la temperatura e identificar signos de deshidratación, entre otras acciones básicas.
“Lo que más rescato de esa experiencia fue que las mujeres que se certificaron como promotoras de salud se empoderaron y realmente disfrutaban brindar un servicio a su comunidad. Eso me dio mucho orgullo: ofrecer un cambio real en ese lugar. Fue a partir de eso, y con la formación de servicio social que tuve en la BUAP, que entendí que la enseñanza también era lo mío”, asegura sonriente.