Atrapados en las drogas (Segunda parte)

Por Fátima García

El goce de las drogas no es sino la satisfacción de la pulsión,
pero de una muy precisa, la de la Muerte.

Alma Barrera

El malestar social y cultural que conlleva el mundo de las drogas, se ha convertido en un grave problema, pues sigilosamente se supo introducir en la sociedad moderna, siendo que los estilos de vida que hemos adoptado en el mundo del mercado y el aumento del ritmo de la circulación de la mercancía, ha generado un duro golpe a la estabilidad social y a las políticas de desarrollo que declinan hacia un peligro latente para los adolescentes y adultos jóvenes quienes se ven más vulnerables a consumir.

Desde luego, este problema de salud pública no respeta edad, sexo, nivel socioeconómico y educativo. Sin embargo, la idea de ser una persona de bien y no un drogadicto ha sido sustentada por valores que a lo largo del tiempo se han difundido por medio de la educación; así como el pensar que el aumento de bienestar en las condiciones de vida, tiene como resultado la disminución de jóvenes en las drogas.

Es así que estas perspectivas se basan en la simple suposición de que una familia bien integrada, con un alto nivel de formación y con valores bien arraigados, no puede generar drogadictos, pero ¿estamos seguros de que esto sea así? porque siendo de otra manera, habría que desmontar esta falacia, pues cuántos casos de adicciones hemos conocido que van desde centros educativos de bajo nivel socioeconómico hasta las universidades más costosas y con alto prestigio en el país, por lo tanto, los jóvenes adictos que provienen de familias aparentemente sanas y con estabilidad dentro de su dinámica, por supuesto tienen una actitud cómplice de la sociedad.

Es curioso, aquellos que están insertos en el mundo de las drogas, creen ilusoriamente poder controlarlas, piensan que en el momento que ellos decidan, se van a detener; sin embargo, no es casualidad que se topen con ellas una y otra vez, pues una vez dentro de este síntoma, son arrastrados hacia un goce que no tiene marcha atrás. Luego entonces, ahora son esclavos donde se creían amos.

Algunos adictos señalan que su primer encuentro con estos químicos fue por mera casualidad, que en algún momento alguien se las ofreció o bien no sabían, pero lo que es una realidad, es que quien consume, se ve precisado a llenar y rellenar su cuerpo a niveles cada vez más altos, pues las dosis siempre son insuficientes, por lo que la adicción se vuelve un fondo sin fin, y aunque en su imaginario todo marche bien, pareciera que psíquicamente existe una compulsión a la repetición, pero no se trata de repetir la dosis, desde luego que no, sino insistir en una repetición que llama a La muerte, como si se tratase de suicidios parciales.

Es así que lo que busca un adicto, es colmar de sentido lo que en realidad es una nada, pues pareciera que cuanto más pretenden llenar su propio agujero, más se vacía y de ahí el devenir de su autodestrucción.

En cuanto a la estructura familiar, célula por demás reconocida del tejido social, ciertamente, existe destrucción y un desequilibrio en cada uno de los miembros, pero nos guste o no, los padres, aunque lo nieguen y evadan su responsabilidad, son cómplices que lograron hacer de sus hijos herederos de su propia sintomatología.
Entonces, cuando algún miembro de la familia padece este terrible síntoma y va a recibir ayuda ¿estamos seguros que solo esa persona requiere tratamiento? ¿y los demás?
Simplemente son preguntas…