Activismo y compromiso: cómo ser jóvenes que transforman


¿Cuántas veces hemos escuchado la frase: “los jóvenes son el futuro”? Y al mismo tiempo los vemos tan distraídos y frustrados con el presente. La realidad es que el futuro empieza hoy y no mañana, en las decisiones pequeñas y en los gestos cotidianos que tienen el poder de transformar.
En México, la participación de los jóvenes en proyectos sociales ha sido históricamente baja: en 2015 apenas alcanzaba un 15% y, con el paso del tiempo, los informes la siguen señalando como escasa. Hablar de activismo no se reduce a marchas o protestas, el activismo va más allá. Es un estilo de vida dinámico que puede expresarse en acciones pequeñas —como compartir conocimiento, cuidar el medio ambiente o apoyar a un compañero—, hasta en proyectos de largo alcance que demandan mayor tiempo, esfuerzo y compromiso.
El activismo auténtico nace del compromiso interior, de esa empatía que motiva a ayudar a otros, a proteger a la naturaleza, a acompañar a grupos vulnerables, tener iniciativas que promuevan empleos, etcétera. El compromiso es, en esencia, una forma de vida que refleja lo que realmente nos importa. Y aunque no siempre se hace visible en redes sociales, sus efectos permanecen en las vidas que transforma.
La realidad social nos recuerda la urgencia de estas acciones. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), más de 46 millones de personas en México viven en situación de pobreza, lo cual demandas iniciativas que busquen mejorar la calidad de vida de quienes enfrentan mayores carencias. Al mismo tiempo, el INEGI señala que los jóvenes de entre 15 y 29 años representan el 30% de la población: un sector con enorme potencial para impulsar cambios sociales, políticos y económicos.
El desafío no está en la falta de talento o habilidades en los jóvenes, sino en la apatía hacia el entorno y hacia los demás. El reto es descubrir qué los motiva a desplegar su capacidad transformadora. Ejemplos sobran: jóvenes que organizan campañas de reforestación, que promueven la donación de sangre, que usan redes sociales para difundir información confiable o que crean colectivos para acompañar a víctimas de violencia. Cada iniciativa, por pequeña que parezca, abre caminos de cambio.
Aquí es donde los adultos tenemos un papel decisivo. No como jueces, sino como guías. Reconociendo que las grandes transformaciones comienzan con acciones pequeñas, es fundamental que padres, educadores y mentores acompañemos con empatía, motivemos sin juicio y ofrezcamos herramientas para que los jóvenes descubran cómo comprometerse sin miedo ni desconocimiento.
Transformar es una tarea compartida, y vale la pena hacerlo en equipo:
Como jóvenes:
Conocerse, descubrir su pasión y ponerla al servicio de los demás.
Informarse sobre opciones de voluntariado o participación social.
Crear comunidad con otros jóvenes: nadie transforma solo.
Ser coherentes, alineando valores con acciones cotidianas.
Como adultos:
Abrir espacios de conversación real, escuchando de verdad.
Reconocer logros y esfuerzos, más allá de los errores.
Ser ejemplo de compromiso: lo que vivimos y hacemos inspira más que lo que decimos.
La transformación social no es una meta lejana, es un camino que se construye paso a paso. Como sociedad, todos estamos llamados a aportar desde donde estamos, somos y vivimos. Los jóvenes tienen la energía y la creatividad para empezar a mejorar el mañana, y los adultos tenemos la experiencia para guiarlos. Si unimos ambas fuerzas, cada acto, por sencillo que parezca, será una semilla de cambio para un futuro que comienza hoy.
Teresa Juárez González
IG: @teregonzz14