Acciones injustificables 

De acuerdo con el sentido común y una rápida búsqueda en Google, la docencia no se encuentra entre las profesiones más peligrosas de México, sin embargo, en días pasados nos encontramos con la noticia de que un alumno de secundaria clavó su navaja en la espalda de su maestra seis veces. Este hecho es sin duda reprobable y merece ser castigado, pero, si se abunda más en los porqués de este suceso, sucede que la profesora, a decir de otros estudiantes, le hacía bulling a su alumno y lo discriminaba por diversos motivos: ser pobre, feo, fuereño. Desde luego, hay cosas como la acción de este estudiante que no tienen disculpa ni justificación, pero tal vez sí una explicación. Desde mi punto de vista, el comportamiento de la profesora también deja mucho que desear. En torno a esto me surgen infinidad de preguntas, entre las principales están: ¿Cuándo alumnos y profesores empezamos a ser enemigos? ¿Por qué se ha perdido el respeto entre docentes y estudiantes? ¿Por qué un profesor que debe cuidar y proteger a los alumnos que le han sido confiados aprovecha su posición de poder para agredirlos? 

En el caso del estudiante sus acciones pueden deberse a que pertenece a una generación que no ha desarrollado tolerancia a la frustración, al hartazgo de sentirse burlado y atacado constantemente, al entorno familiar, etc. Seguramente habrá investigaciones sobre las conductas violentas de los adolescentes a los que habría que recurrir para encontrar alguna respuesta. En realidad, donde quiero poner la atención es en el comportamiento de la profesora, y no porque quiera justificar las acciones del estudiante que, como ya mencioné, son reprobables y deben ser causa de sanción, sino porque, como docente, no me imagino permitiendo el bulling entre mis estudiantes y mucho menos provocarlo yo. Más allá de la vocación docente y de los lugares comunes, tengo la firme convicción de que a los profesores les corresponde hacerse responsables ante sus estudiantes. Responsables de la utilidad de lo que les enseña. Responsables de que aprendan. Responsables de demostrarles a sus alumnos, en la convivencia diaria, que son antes que nada personas valiosas y, sobre todo, responsables de los valores que mostramos con nuestro actuar, a final de cuentas, los profesores transmitimos lo que somos. 

Desde luego lo que pienso tiene que ver con la formación que he recibido a lo largo de más de 30 años laborando en una de las universidades confiadas a la Compañía de Jesús, la Ibero Puebla. Aquí, quienes estamos comprometidos con su proyecto educativo, tenemos presente que en la convivencia diaria y, especialmente cuando estamos frente a un grupo, es importante sentir compasión hacia el otro. Compasión entendida como sentir como propio el dolor de la otra persona y ayudarle desde nuestra experiencia y dentro de nuestras posibilidades. Además, una de las claves de la educación Jesuita es la Cura Personalis. Esto es, atender a cada estudiante y procurar su cuidado como sujetos potencialmente libres, responsables y merecedores de respeto. Por supuesto, tanto la compasión como la Cura Personalis son en ambos sentidos, es decir, también se fomenta de los estudiantes hacia los profesores y, en general, hacia todas las personas de la comunidad universitaria y de nuestro entorno. 

Pienso que, como en todas las relaciones humanas, cuando hay un problema tan grave como el mencionado al inicio de este texto, la responsabilidad recae en ambas partes. En este caso, más en los adultos. En la maestra que no supo cuidar a su estudiante. En los padres que no supieron contener a su hijo, tal vez en la misma sociedad que cada vez más normaliza conductas violentas. La verdad es que es difícil responder por qué suceden estas cosas, pero, en estos tiempos, cabe preguntarse ¿cómo esperamos la paz en el mundo si no existe en un salón de clases? 

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla 

Sus comentarios son bienvenidos