Cuando no te ven: cómo enfrentar la indiferencia de quienes amas

Hay silencios que duelen más que un golpe físico, silencios que lastiman porque sí, el silencio también da un mensaje. Y todos esos momentos se viven cuando alguien que te importa —padres, amigos, pareja— deja de preguntar cómo estás, no responde tus mensajes, o está ahí físicamente, pero sin decir nada que de seguridad a la relación que comparten. ¿Te suena? A eso se le llama indiferencia y duele porque contradice algo esencial: el deseo humano y natural de ser visto, escuchado, reconocido y querido. Todos, sin excepción, necesitamos sentir que le importamos a alguien.
En las relaciones más cercanas, la indiferencia puede aparecer incluso donde hay cariño y no siempre es desprecio ni desinterés, a veces nace a partir de la rutina o del miedo a acercarse cuando el otro sufre por no saber cómo manejar la situación.
Día a día los podemos identificar o vivir en diferentes momentos como los siguientes:
En casa, puede verse cuando un padre escucha sin mirar, cuando un hijo responde con monosílabos o cuando los mensajes de WhatsApp entre hermanos se reducen a un “ok”.
En la amistad, cuando dejamos de preguntar por el otro porque suponemos que “seguro está bien” o no le queremos “molestar”.
En pareja, cuando las conversaciones se vuelven cada vez menos afectivas o cuando olvidamos lo que le duele al otro y nos volvemos apáticos.
La psicología describe a la indiferencia como una falta de respuesta emocional ante las necesidades del otro. Aunque no es un acto violento, sí es un acto que duele porque quien no recibe respuesta afectiva se siente invisible un poco.
Investigaciones en psicología del desarrollo han demostrado que los jóvenes que perciben indiferencia o frialdad emocional por parte de sus padres tienen un riesgo cinco veces mayor de desarrollar depresión o ansiedad que aquellos criados en contextos de afecto y diálogo. Así mismo, la neurociencia explica que los circuitos cerebrales que regulan la motivación y el placer se apagan cuando vivimos experiencias repetidas de apatía o desconexión afectiva que conlleva al cuerpo a reaccionar con estrés, disminuyendo la variabilidad cardíaca.
En otras palabras, la indiferencia, aunque parezca simple, tiene un impacto profundo, pues no solo afecta el ánimo sino también puede literalmente desactivar los mecanismos de empatía y respuesta emocional. Entender este impacto nos lleva a una pregunta clave, ¿Por qué somos indiferentes con quienes amamos?
Aunque son menos los casos, a veces la indiferencia surge por protección, que no conlleva a desconectarnos porque el otro nos preocupa, pero no sabemos cómo acompañarlo o sintamos que nuestra ayuda no servirá. Sin embargo, hay razones más “complejas” porque tienen que ver con la cultura, la educación y los contextos generacionales. Es decir, muchos adultos aprendieron que hablar de emociones es “debilidad”, lo que les impide abrirse a la escucha, al diálogo o sentir empatía. La falta de lenguaje emocional impide expresar un “me importas” cuando también tenemos heridas emocionales que no hemos podido sanar.
Habiendo entendido que la indiferencia lastima, es importante que se reconozca y se hable de ella, a fin de hacer saber a los demás que su silencio duele y entenderse mutuamente, sin reprocharse ni distanciarse. Algunas recomendaciones para “poner el tema sobre la mesa” son las siguientes:
Reconoce tu emoción. La indiferencia duele porque toca el corazón y reconocerla es un acto de dignidad y autocuidado.
Evita asumir lo que el otro piensa. A veces el silencio del otro habla más de su propio dolor que de ti. Pregúntale si hay algo que también le lastima y por lo tanto bloquea su capacidad de afecto.
Practica la comunicación asertiva. Cuando hablen sean claros y escúchense con atención, calma y respeto. La comunicación repara lo que la indiferencia rompe.
Aprende a decir “te extraño”, “te noto distante”, “me importas”. Con el fin de mantener relaciones interpersonales sanas. Abre el dialogo con estas frases para fortalecer tus vínculos.
Crea momentos de cuidado mutuo. Una caminata, una carta escrita a mano, una comida juntos, son pequeños gestos que dicen: “estoy aquí contigo”.
El reto para los adultos está en abrir o mantener la conexión, por lo tanto, el trabajo, el cansancio o el estrés no deberían ocupar el espacio del amor. Los adolescentes y jóvenes no necesitan adultos perfectos, necesitan adultos presentes. La invitación para los adolescentes y jóvenes es a mirar también hacia el otro lado: posiblemente el adulto que parece distante también esté herido, confundido o cansado. Y el desafío para las parejas es enfrentar las crisis juntos, dedicando tiempo para fortalecer su cariño e incrementar su conexión.
La clave para que todos lo logren, está en la empatía. A través de la cual se demuestran los “te veo”, “me importas”, “aquí estoy”. A veces basta con una frase, una mirada, la compañía o un mensaje para empezar de nuevo o reconstruir lo que se ha dañado.
Responder a la indiferencia con presencia es un acto de madurez emocional. No garantiza que el otro se sienta mejor, pero sí que tú sigas siendo íntegro en tu capacidad de amar. Porque en una actualidad tan ruidosa, la buena compañía sigue siendo el lenguaje más profundo del amor.
Teresa Juárez González
IG: @teregonzz14