Decir no también educa: el valor de poner límites con amor

¿Hasta dónde es sano decir “no”? ¿Cómo ponemos límites sin romper la conexión con quienes más amamos? Estas son preguntas que muchos adultos se hacen cuando se enfrentan al enorme reto de educar o acompañar a adolescentes y jóvenes en sus procesos de vida.
Vivimos una realidad donde las generaciones cuestionan y confrontan las figuras de autoridad. Como adultos, deseamos cuidar, proteger y formar, pero sabemos que los jóvenes buscan independencia, autonomía y voz propia. A ello se suma que muchos padres y educadores actuales crecieron bajo modelos autoritarios, rígidos o incluso violentos; por eso, en su deseo de no repetir patrones, tienden hacia una crianza más flexible.
Esta brecha generacional ha sido señalada por informes como los de México Evalúa (2020), donde los adolescentes perciben a la autoridad parental como poco preparada para abordar temas clave de su desarrollo. De igual manera, la Encuesta Nacional de la Juventud muestra que el 61% de los jóvenes siente que sus padres no comprenden lo que ocurre en sus vidas. Por lo tanto, los adolescente y jóvenes no suelen interpretar los límites como falta de amor, sino como falta de herramientas por parte de los adultos que los acompañan.
Establecer límites no es sinónimo de castigo, censura o restricción. Los límites enseñan conocerse, autorregularse, tomar decisiones responsables y respetar a los demás. El problema surge cuando se comunican mal, ocasionando que los adolescentes y jóvenes no les encuentren sentido. Por ejemplo, cuando un límite se impone sin diálogo, se percibe como control; cuando se aplica desde el miedo, genera distancia.
Pensemos en un ejemplo sencillo: una madre que pide a su hijo dejar el celular durante la comida no lo hace para imponer autoridad, sino para invitar al encuentro, y al diálogo. Ese “no” no pretende controlar, sino invita a convivir. Y aunque el adolescente proteste en el momento, con el tiempo comprenderá que detrás de ese límite hubo amor y presencia.
Aunque parezca contradictorio, los adolescentes buscan referentes firmes. Necesitan entender hasta dónde pueden llegar, qué es aceptable y qué no, es decir, aprenden de lo que ven, adaptándolo a su edad, contexto y capacidades que tienen para decidir o hacer. Por lo tanto, requieren adultos congruentes que confíen en ellos, pero también les den la oportunidad de equivocarse, aprender y volver a intentar.
El verdadero reto para los adultos, más allá de establecer límites, es saberlos comunicar. Y la buena noticia es que no se trata de batallar: cuando los límites se expresan con empatía, consistencia y amor, se convierten en oportunidades para educar, fortalecer vínculos y construir confianza. Aunque a veces los jóvenes se resistan, en el fondo agradecen que alguien los acompañe, los oriente y les muestre que su dignidad e integridad importan.
Por ello vale la pena considerar cienco estrategias para establecer límites sin morir en el intento:
Explícalos, no los impongas: adolescentes y jóvenes necesitan entender el “por qué” detrás de cada regla. Hazlo con claridad y desde el afecto.
Sé coherente: un límite que hoy existe y mañana no, pierde sentido. La estabilidad genera confianza.
Escucha su postura: a veces, sus razones te sorprenderán. Haz que sientan que su voz fue escuchada, incluso si la regla se mantiene.
Sé flexible cuando sea necesario: la rigidez absoluta rompe. Cede cuando sea posible, la flexibilidad consciente une.
Predica con el ejemplo: los límites no solo se dicen, se viven. Pide solo aquello que tú mismo practicas.
Educar no se trata de controlar, sino de construir juntos. Los límites pueden ser esos rieles firmes que guían el camino sin quitar libertad. Hoy más que nunca, nuestros jóvenes necesitan adultos congruentes, presentes, empáticos y valientes. Capaces de decir “sí”, pero también de decir “no”, cuando ese “no” protege, dignifica y orienta.
Teresa Juárez González
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