Emociones incómodas: cómo manejarlas sin herir ni herirte

Teresa Juárez González

La psicología define a las emociones como reacciones psicofisiológicas —es decir, físicas y mentales— que surgen en respuesta a estímulos internos o externos. Cumplen un papel fundamental en nuestra supervivencia, bienestar y capacidad de adaptación. Pueden manifestarse de manera positiva, como la alegría o la felicidad, o resultar incómodas, como el miedo, la tristeza o el enojo, siendo estas últimas las más difíciles de gestionar.

Más allá de lo que la ciencia pueda explicar, las emociones se viven de manera cotidiana. Están presentes en cada momento y lugar, como parte de lo que se enfrenta día a día y de la interacción que se tiene con los demás. Por eso, hablar de emociones no es ajeno, lo realmente complejo es cómo convivir con ellas sin que dañen los vínculos afectivos y las relaciones humanas.

Imagina una escena: dos personas intentan hablar de algo importante. Una de ellas, al defender su postura, comienza a elevar la voz, mover los brazos con fuerza, fruncir el ceño, sudar y hablar de forma descontrolada. Claramente está enojada. Esa persona eres tú. Ahora piensa: ¿Qué opinas de esa escena? ¿Crees que deberías calmarte? ¿Qué te dirías para volver en ti?

Visualizarse así puede resultar incómodo, pero responder esas preguntas lo es aún más, porque todo depende del contexto y de lo que detonó ese enojo. Aunque es fácil juzgar desde fuera, probablemente dirías: “Es una enojona, está fuera de control”, “debería calmarse” y simplemente recomendarías: “¡Tranquilízate!”.

¿Y sabes qué? Las tres respuestas son equivocadas. Las personas que se enojan no necesariamente son enojonas, como las que están tristes no son amargadas, ni las alegres son felices todo el tiempo. Una de las ideas más erróneas sobre las emociones es creer que definen la identidad de las personas, cuando en realidad son pasajeras. Son reacciones naturales a lo que se vive, no etiquetas permanentes. Se sienten, incomodan, pero al igual que la situación que las provocó, también se van.

Ahora bien, aunque sean transitorias, no significa que se deben controlar de inmediato. El autocontrol emocional es una tarea profunda, porque involucra creencias, historia y respuestas aprendidas desde la infancia. Por eso, más que reprimirlas, lo primero es nombrarlas: ¿qué estoy sintiendo?, ¿por qué?, ¿qué lo provocó?, ¿qué consecuencias puede tener si me mantengo en este estado?

En este sentido, la forma en que se reacciona ante una emoción sí es una decisión. Y ahí es donde el autocontrol se convierte en un aliado que permite aceptar lo que se siente, procesarlo y dejarlo ir, con el fin de cuidarse a sí mismos y a quienes les rodean. En este contexto, frases como “cálmate” pueden ser contraproducentes, pues suenan más a órdenes que a un gesto de ayuda genuina.

Entonces, ¿cómo llegar a la calma? Respirando profundo, tomando un “tiempo fuera” si es necesario, expresando con asertividad lo que se está sintiendo y explicar que la emoción puede ser contagiosa y que, si no se maneja, la situación puede empeorar. Razonar las emociones permite aceptarlas desde la conciencia, comprenderlas desde el conocimiento, convivir con ellas desde el autocontrol y procesarlas de forma saludable.

Por lo tanto, la invitación es doble: hacia adentro, para que reconozcas, valides y cuides lo que sientes; y hacia afuera, para que seas empático y compasivo con quienes, por momentos, están fuera de sí. Recordando que sentir es humano, que las emociones son valiosas porque permiten reaccionar, adaptarse y conectar.

Aprender a manejarlas sin herir ni herirte es un reto que vale la pena asumir si se buscan relaciones más sanas, una mejor convivencia y un mayor respeto por la dignidad propia y la de los demás.

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