La Epidemia de la Insatisfacción: Radiografía en números de la Felicidad Perdida


Mtro. Gerardo Galicia
En tiempos de crisis económica, violencia e incertidumbre, preguntar por la felicidad de los mexicanos puede parecer una frivolidad. Pero es, en realidad, un termómetro indispensable del ánimo colectivo y de la salud de nuestra sociedad. Y lo que muestra ese termómetro no es alentador.
Una encuesta realizada en zonas urbanas por académicos y la empresa INDAGA, con una muestra de 500 casos, acaba de poner números a una sospecha que muchos intuíamos: la felicidad se ha vuelto un bien escaso.
A la pregunta directa sobre satisfacción con la vida en general, sólo 13.5% de los encuestados dijeron sentirse satisfechos o muy satisfechos. El resto —prácticamente nueve de cada diez— se declararon neutrales, insatisfechos o, de plano, muy insatisfechos. En detalle, 34.6% están insatisfechos y 12.5% muy insatisfechos. Esto significa que casi la mitad de los mexicanos urbanos viven con el peso de la desilusión cotidiana.
Si los comparamos con datos internacionales, el contraste es demoledor. El World Happiness Report 2024, elaborado por Naciones Unidas, coloca a México en el lugar 25 de 143 países en percepción general de felicidad, con un puntaje promedio de 6.0 en una escala de 0 a 10. Pero la encuesta de INDAGA muestra que, en la práctica, más del 57% de las personas se calificaron con un nivel de felicidad de 5 o menos, es decir, en el umbral de la insatisfacción o la indiferencia.
En números más claros, casi 10% de los encuestados dijeron sentirse completamente infelices (nivel 1 en la escala) y otro 8.7% se ubicaron apenas un escalón arriba. Apenas 3.3% se consideraron totalmente felices.
Este hallazgo contrasta también con datos del INEGI, que en su Encuesta de Bienestar Autorreportado 2023 señalaba que 6 de cada 10 mexicanos se declaraban satisfechos con su vida. La brecha entre la estadística oficial y la percepción captada por estudios independientes refleja algo más profundo que un error metodológico: una fractura de confianza y un desencanto generalizado que no se resuelve con discursos triunfalistas.
La pregunta sobre qué hace falta para sentirse pleno confirma que la economía pesa más que cualquier otro factor: 26.6% mencionaron la estabilidad económica como la principal fuente de felicidad, por encima de la salud (21.1%) y las relaciones afectivas (18.6%). Este dato revela algo esencial: la precariedad material erosiona la felicidad más rápido que cualquier otra carencia.
Y no es casualidad que el 49.8% de los encuestados se declare insatisfecho o muy insatisfecho con su situación económica. La percepción de salud es apenas un poco más alentadora: sólo 17.6% la califican como excelente, mientras que 13.6% la ven mala o muy mala.
En conjunto, esta encuesta deja una pregunta incómoda: ¿qué país estamos construyendo cuando la mayoría de la población vive atrapada entre la resignación y la insatisfacción?

La felicidad —o la ausencia de ella— no es un capricho individual. Es un síntoma social. Cuando el malestar se vuelve cotidiano, las consecuencias se filtran en todo: el trabajo, la convivencia, la confianza en las instituciones.
Los datos de INDAGA son un recordatorio de que medir el PIB o la inflación no basta. Si el progreso no se traduce en bienestar percibido, seguimos siendo un país con crecimiento en las estadísticas… pero con felicidad hipotecada.
Y quizá ha llegado la hora de asumir que la verdadera crisis nacional no sólo es económica ni política. Es la crisis silenciosa de la insatisfacción. Una enfermedad colectiva que, si no la atendemos pronto, puede terminar por anestesiarnos a todos.