Habilidades para la vida: el reto invisible que define el futuro

Teresa Juárez González

Un estudio de Xataka México realizado en enero de 2025 revela que el 64 % de jóvenes de 18 a 28 años admiten no saber cocinar y prefieren pedir comida o comer fuera de casa cuando no hay un adulto que les prepare los alimentos, además refiere que el 61 % de la Generación Z no puede siquiera preparar un huevo simple.

Analizando esas cifras y otros tantos datos que evidencian que una gran cantidad de jóvenes no sabe usar transporte público o los precios de la canasta básica o dónde tramitar su INE, RFC o una tarjeta de crédito, es imposible no cuestionarse, ¿Cómo sobreviven los jóvenes ante un mundo que evoluciona rápidamente?

Hablar de habilidades para la vida es complicado porque pareciera que son acciones que se aprenden casi de manera natural, como respirar o comer, sin embargo, nos enfrentamos a una realidad en la que los jóvenes ni siquiera saben muy bien de qué se tratan.

Pues bien, partiendo desde su definición, según la Organización Mundial de la Salud las habilidades para la vida son “las capacidades que permiten a las personas comportarse de manera positiva y adaptarse eficazmente a las exigencias y desafíos de la vida diaria”, es decir, son todas aquellas capacidades prácticas, sociales, emocionales que les permiten a los individuos afrontar los retos del día a día.

Estas capacidades, aunque suenen abstractas, se traducen en acciones concretas que muchas veces pasamos por alto en la vida diaria como cocinar, lavar ropa, limpiar una habitación, hacer compras en el supermercado, gestionar gastos, ahorrar dinero, identificar tipos de tarjetas bancarias, priorizar tareas, ser puntual, ser tolerante a la frustración, cuidar su imagen o comunicarse con respeto. La pregunta entonces sería ¿Por qué si son actividades básicas, esenciales y simples un joven no las puede realizar?

Sin duda la respuesta se encuentra en el adulto responsable de orientarlo, enseñarle y dirigirlo a que las aprendiera, sin embargo, ese adulto tiene algunas razones que “justifican” su no enseñanza. La primera radica en que son habilidades que un adulto adoptó de manera casi instintiva y hasta por “sentido común” que enseñarlo es complicado porque sí, se necesita de una educación formal; y la segunda “justificación” se encuentra en la sobreprotección pues muchas veces los adultos prefieren hacerles las cosas más fáciles a los niños (que se convertirán en adolescentes, jóvenes y adultos) y evitarles esfuerzo y momentos bochornosos incómodos.

Aunado a lo anterior, hay otra razón que interfiere en el aprendizaje de las habilidades para la vida y es la tecnología, pues en la actualidad es mucho más sencillo usar una aplicación para pedir comida a domicilio que cocinar, por lo que sí, la tecnología también influye en el aprendizaje y desarrollo de capacidades para realizar tareas cotidianas.

Por lo tanto, aunque parecen habilidades sencillas de adoptar, la realidad es que los adultos, llámense formadores, docentes, padres, familiares o incluso vecinos, son los responsables de educarlos formalmente, tanto en la teoría como en la práctica, en la adquisición de dichas habilidades. Entonces el reto para los adultos inicia desde las infancias cercanas, permitiendo a los niños equivocarse a través de la práctica rutinaria pues es en la prueba y error donde muchas veces se adquieren conocimientos.

Como adultos vale la pena inculcar, promover y enseñar habilidades para la vida que no solo se quede en lo superficial que sería sobrevivir, sino ir un paso más allá, brindando herramientas para vivir mejor y volverse autosuficientes, autónomos e independientes. De esta manera se formarán ciudadanos funcionales, con mejores relaciones sociales y laborales pues no es solo enseñar a vivir, es acompañarlos a construir su propio camino.

Teresa Juárez González

Maestra en Mercadotecnia y Comunicación Estratégica

IG: @teregonzz14