Rivas Mercado, 118 años

César Pérez González

@Ed_Hooover

 

Pareciera que el semblante se cansara de expresar nostalgia, enojo y timidez; en ocasiones suplicando atención, en otras, como si poseyera un dolor tan profundo que únicamente fuera explicado por su orgullo y altivo rostro. Observar sobre el hombro, se podría argumentar. Aunque llamativa, personalidad que no aceptaba sólo mirar, al contrario, descifrarla en cuantos intentos requiriera su nombre, Antonieta Rivas Mercado.

Nacida en 1910, el 28 de abril cumpliría 118 años, conocida por su incursión cultural en el México que recién despertaba al comienzo del siglo pasado luego de una dolorosa guerra civil, intervenciones extranjeras y –por si no fuera suficiente– golpes de Estado o todo lo imaginable, a la joven Rivas Mercado le tocó ser testigo,  al menos indirectamente, de la reestructuración política que derivó en el surgimiento de Educación Pública.

Ser hija de Antonio Rivas Mercado, arquitecto predilecto en la última fracción del Porfiriato, le valió contar con instrucción favorecida; institutrices, viajes por Europa y caprichos a manos llenas, bien pueden adecuarse a su rutina diaria, al menos en apariencia. Es decir, sobre Antonieta inferir durante décadas fue lo más cercano a una tradición.

Pesaba la leyenda negra del suicidio en la Catedral de Notre Dame con el arma personal de José Vasconcelos, quien terminó por –literalmente– enterrar su memoria, hablando escasamente sobre ella en público y privado, tema censurado por la gracia del tiempo: amor y tragedia en dos personajes antagónicos pero unidos en la campaña presidencial del filósofo durante 1929.

La primera incursión y más importante para Rivas Mercado fue mediante el Teatro de Ulises, ejercicio de curiosidad y talentos que agrupó a la nómina básica del que sería conocido meses después como el grupo de Contemporáneos. Acostumbrada a patrocinar expresiones culturales del momento, pintores, por citar alguna.

Antonieta se rodeó de Manuel Rodríguez Lozano, quien sería vínculo con aquellos jóvenes poetas egresados de la Escuela Nacional Preparatoria que ya destacaban en rotativos y en el ambiente cultural de la gran metrópoli, la Ciudad de México.

El Teatro de Ulises se materializó al combinarse los planes sin capital de Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Gilberto Owen, principalmente, y el capital sin planes de Antonieta Rivas Mercado. Al menos desde 1926 los jóvenes buscaron medios para que sus planes fueran reales. Sin embargo, hasta mayo de 1927 la idea comenzó a tomar forma de la mano de Rodríguez Lozano.

Este fue vínculo entre los poetas y la mecenas, siendo afines en autores que leían, atracción por culturas europeas y norteamericana, sumado un ambicioso plan de “hacer algo”, iniciando trabajos en la casa Rivas Mercado de Monterrey número 107.

El espacio que terminó siendo elegido en pleno centro histórico, en la calle de Mesones, número 42, completando el círculo María Luisa Cabrera, Carlos Luquín, Andrés Henestrosa, Clementina Otero, Roberto Montenegro, Agustín Lazo, Rodolfo Best, Delfino Ramírez, Julio Jiménez Rueda, Celestino Gorostiza y más, asumiendo la joven el rol de organizadora.

Con ello el Teatro de Ulises profesionalizó sus actividades, pues si grupos comerciales daban prioridad a cantidad de obras en marquesinas, haciendo a un lado el aprendizaje de diálogos, optaron por un equilibrio, novedad en México, al establecer que los papeles íntegros serían actuados de memoria para no alterar los parlamentos, mediante una corta temporada que culminó en mayo de 1928.

Si bien Antonieta Rivas Mercado también participó con el mismo grupo en otras empresas, como traductora –por ejemplo– antes de ser integrante de la campaña presidencial de José Vasconcelos, ninguna de sus actividades cobraron peso suficiente como el Teatro Ulises, por su trascendencia en el ambiente, así como compendio que lo agrupó.

Aunque Mesones 42 ahora yace como una vecindad y en ciertas partes casi en ruinas, el legado de la joven ha sobrevivido al desgaste natural de su nombre, al punto que en fechas recientes la casa que fuera de su familia –edificada por el padre–, fue restaurada y abierta al público, joya arquitectónica que revela la imponente y fugaz vida de Antonieta Rivas Mercad.