Libros, cuestión de mercado

César Pérez González

@Ed_Hooover

 

Uno de los oficios que por antonomasia parecen destinados a padecer la no-frecuencia es ser librero. Son pocos –escasos– lugares donde se pueden encontrar materiales de segunda mano, ya no basados en sus precios bajos o en rarezas de ediciones, al contrario, mantenerse y perdurar ya es –de por sí– un logro, más en esta sociedad que opta por contenidos fáciles.

Al menos en años recientes, las librerías para todo público han sucumbido al paso inevitable del desuso: aquellas de la 3 Poniente, algunas otras al interior de la Casa de la Cultura; cafés que fueron íconos para su complemento, etcétera, recuerdos tantos que cada uno merece trato especial.

Sin embargo, la lección es clara: ¿qué se necesita para motivar la compra de libros? La respuesta, por mercantilista que parezca, subraya un hecho claro: acercar materiales de lectura no asegura, en primera instancia, que se lea, mucho menos, ahora en segundo plano, sea lo que se busca.

En sentido estricto, la práctica de lectura –como todas– requiere tiempo el cual durante no pocas ocasiones no se está dispuesto a destinar. Justo en dicho punto entra a consideración el uso de redes sociales e internet que –por así llamarlo– capturan atención rápida y escasamente se profundiza.

Abundan los llamados “e-books” que si bien ofrecen obras completas surge nuevamente una pregunta: ¿el comprador es capaz de completar su lectura? En efecto, hay quienes están acostumbrados al formato electrónico y logran poner en práctica el cometido en todo espacio o lugar, aunque el ritmo de vida –incluyendo los traslados, cuestión de movilidad– y fenómenos sociales parezcan evitarlo.

Si el formato lo es todo, el lector clásico podrá estar de acuerdo, el objeto físico no se compara a cualquier dispositivo; si la sangre llama, como versa el dicho, las páginas impresas no dejan de situar una relación casi personal con el lector, sujeto que –pareciera– por necesidad opta por el libro.

Justamente, esta esfera de posibilidades impregna una interrogante necesaria: ¿quiénes adquieren libros físicos? Aparecen tres públicos a primera visa; por un lado el escolar/académico que requiere títulos específicos y que en la mayoría de los casos son sujetos a reediciones indiscriminadas, ya que la premisa es vender. Asimismo, aparece en juego el lector recreativo, el cual consume al ritmo que la novedad se instituye como norma de consuno.

Esta idea es similar al cine y televisión, no se diferencia completamente pues a mayor producción existirán más ventas; libre mercado, bien se puede aludir. Finalmente, el especializado, quien prefiere títulos inusuales y que va de la mano con el ámbito académico; sabe qué buscar, aunque no siempre se halle el sitio mejor para localizarlo.

Dicha opción es por la cual el librero –apartando de la fórmula a franquicias– europeo ha optado, ejemplo que bien en la ciudad podría copiarse para gusto de todo quien lo necesite. Es simple. Ante la falta de compradores físicos –término cada vez más en uso–, el vendedor no espera que su público se le aproxime, al contrario, le ofrece únicamente lo que busca.

Así amplía su catálogo al punto de llamar la atención para que, de no hallar lo que se busca se consiga sin mayores trabas. La premisa ahora se vale de aquellas mismas redes sociales que impedían el desarrollo de la lectura para ganarse la confianza del lector, hecho no tan fácil de conseguir.

No se trata de librerías virtuales que únicamente expandan su catálogo, al contrario, son negocios que parten de una nómina amplia complementada con el “plus” de localizar el objeto deseado. Ediciones raras y materiales prácticamente desaparecidos son común denominador de esta vía de adquisición. Roma, Escocia, Gales, París, ciudades europeas y otras en el continente americano, entendieron que es una manera de atraer lectores sin sacrificar mayores inversiones, pues tristemente así pueden sobrevivir.

Parte de esta experiencia a través de un diario queda inscrita en “Una vida de librero”, Shaun Bythell, donde se recogen anécdotas de su experiencia como vendedor de impresos a la conquista de un sector complejo de atraer. Actitud novedosa para quienes observan una cara más del proceso de lectura y adecuación en la era tecnológica; sencillamente, in libro que habla de libros por alguien los conoce de manera íntima conviviendo entre silencios condicionados a través de las palabras.