La serenidad es un estado de transición, no una meta

Abel Pérez Rojas

“La serenidad es un estado de transición para alcanzar la paz duradera”.

En el diario acontecer perdimos la paz y con ello la serenidad para actuar inteligentemente, sin presiones, sin apasionamientos, sin angustias y sin violencia.
Pero, ¿acaso alguna vez hemos sido serenos?
Parece tonta la pregunta, pero no lo es, porque muchos hablamos de estados que creemos vivir o haber vivido, pero no es así.
Efectivamente, sólo creemos saber qué es y cómo se sienten algunos estados, pero no los hemos experimentado conscientemente y por ende difícilmente, por no decir, casi nula, la posibilidad de propiciarlos y contagiarlos.
La serenidad es generalmente aceptada como un estado psicológico y emocional de mantener la calma en situaciones difíciles de todo tipo.
También es vista como clave de la entereza que presentan algunos individuos, mientras el resto de las personas, ante las mismas circunstancias, suelen desmoronarse emocionalmente.
Casos hay muchos de personas que mantienen la calma en medio de accidentes o catástrofes, ese tipo de personas que tuvieron la cabeza fría para tomar decisiones que a nadie más se le ocurrieron porque se encontraban invadidos por el pánico.
A propósito te comparto esta frase que ilustra lo que te digo:
“La serenidad no es estar libre de la tormenta, sino es estar en paz dentro de la tormenta”.
Sin embargo, no es necesario estar en situaciones extremas para sacar a flote nuestra serenidad.
Diariamente tenemos enfrente momentos propicios para entrenarnos en la apacibilidad del carácter.
Si estás frente a un momento que en condiciones normales explotarías en un arranque de ira, pero te contienes, respiras profundamente y actúas con tranquilidad, entonces ahí estás siendo sereno.
En ese sentido la serenidad no es una meta ni es un estado propio de algunos cuantos.
La serenidad es un estado de transición para alcanzar la paz duradera.
He ahí una diferencia importantísima entre el pensamiento ordinario y el ojo entrenado: no nos agotemos en alcanzar la calma y tranquilidad como si fueran una finalidad, un punto de llegada o un objetivo; asumamos el sosiego como un estado del presente que, ciertamente es pasajero, pero que dejará su huella en nosotros por sus efectos benéficos.
Es a la naturaleza de esos efectos a la que nos debemos asir para continuar nuestro entrenamiento pacífico, no alterado por las pugnas, por las controversias ni por las disputas.
Si logramos comprender y experimentar en lo más profundo la naturaleza de la serenidad, estaremos en condiciones de reorientar esos momentos breves de apaciguamiento que a la larga van sumando espacios más prolongados que concatenados, integran una forma de vida.
Todo esto cobra sentido cuando nos detenemos a pensar que son la serenidad y luego la paz, piedras angulares de la felicidad.
Vivamos la serenidad como estado de transición y disfrutaremos con mayor amplitud la vida.
Vale la pena darse cuenta, vale la pena intentarlo, ¿te atreves?
Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente. Dirige Sabersinfin.com