La muerte de Xavier Villaurrutia

César Pérez González / @Ed_Hooover

¿La muerte de Xavier Villaurrutia es capaz de generar morbo? ¿Qué motivos hay para casi 68 años después de fallecido el tema siga actual? Al menos dos lecturas se desprenden. El llamado “poeta de la muerte” crea expectativas sobre sus últimos instantes. No es para menos, pocos datos –al margen de lo desconocido– suceden en torno al también dramaturgo.
Cierta información ha sido del dominio general: domicilios particulares, educación básica, etcétera, nada que los estudios preparados por Miguel Capistrán o Guillermo Sheridan, por mencionar algunos, no hayan puntualmente señalado. Sin embargo, bajo la figura de su muerte todavía rondan preguntas ligadas al posible suicidio o en vías de éste sostener la versión de la angina de pecho.
Nula relevancia tiene para un sector de la crítica la causa legal del deceso, pues argumentan que el valor de su obra es único. Otro grupo –en el cual puedo incluirme– todo lo que gira en torno al poeta, al igual que Contemporáneos, es motivo de revisión bajo una premisa simple: vida y obra constituyen al autor. Depende del interés investigativo el cauce que debe seguirse, pero estos son inseparables.
Regresando a los cuestionamientos iniciales, claramente la muerte de Xavier Villaurrutia genera morbo, al menos en lo literario, no por el hecho legal asentado en su acta de defunción, sino en la búsqueda de corroborar uno de los mitos culturales en la primera mitad del siglo pasado, el suicidio del poeta. A manera romántica, por supuesto que la muerte provocada sería el escalafón de su experiencia reflejada en los “Nocturnos” o guiones teatrales, pero el hecho es diferente.
En efecto, Xavier Villaurrutia fue encontrado sin vida en su domicilio de calle de Puebla, número 247, en la Ciudad de México (Distrito Federal), el 25 de diciembre de 1950. La enfermedad consignada como “causa de muerte” fue angina de pecho. Pero fue hasta el 26 de diciembre cuando Cipriano Zarraga compareció ante el Ministerio Público Enrique Lira Nieto para dar fe del trámite legal y exhibir el certificado médico correspondiente.
El acta no ahonda en mayores detalles, sólo establece que Xavier Villaurrutia era soltero, contaba con 44 años y sería inhumado en el Panteón del Tepeyac. ¿Cuarenta y cuatro años? El error llama a la vista inmediatamente, pues el poeta contaba en ese momento con 47 años –nacido el 27 de marzo de 1903–. Es difícil no atribuir la errata a las confusiones que el mismo dramaturgo solía comunicar; constantemente jugaba con las fechas, seguramente presentarse más joven era el objetivo, aunque en su momento gracias a Merlin H. Forster se estableció el dato correcto, ahora común.
Además, el médico que certifica fue José Negrete Herrera, de quien no se cuenta con mayores datos de su profesión o el vínculo que tuvo con la familia de Xavier Villaurrutia. Misma situación se presenta con quienes fungieron como testigos ante el Ministerio Público, Luis Moreno, Salvador Solórzano, de ocupaciones empleados.
No significa que su muerte anteponga un halo de misterio, pero deja entrever una relación con el acta de nacimiento: en ambos casos el nombre propio quedó inscrito como “Javier”, no así “Xavier”, precisamente este detalle lo transcribe Merlin H. Forster cuando tuvo acceso al documento. Ahora bien, esta vía conduce a los motivos para que el tema siga actual y llevado a otros ámbitos expresivos, por ejemplo, el teatro.
Hacia mayo de 2013, cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, el dramaturgo Gonzalo Valdés Medellín abordó el mito en “Xavier Villaurrutia. La estatua asesinada”, obra que repasa –hipotéticamente– las horas que siguieron a su fallecimiento; un poeta fantasma que dialoga con su nada y la generación que habría de continuar a la suya.
A su vez, Pedro Ángel Palou García, en una entrevista concedida a Mónica Maristain y publicada en “Sin embargo” el 10 de marzo de 2018, retoma el tópico del suicidio de Xavier Villaurrutia y ofrece las dos posibilidades. En efecto, es actual hablar de su muerte porque su obra está impregnada de ella. Traerla al presente es por antonomasia revalorarlo y, nuevamente, seguir los pasos de Contemporáneos con todo lo que aún falta decir.