Kyle Thompson, visión surreal

César Pérez González

@Ed_Hooover

 

Capturar “el momento” es el lugar común por excelencia cuando de fotografía se trata; se busca detallar con símiles y algunos contrastes más la posibilidad bajo la cual el artista se rige, ya sea mediante sus técnicas o –en otros tantos– los recursos que emplea para alcanzar su objetivo; luces, ángulos, enfoques, todo es bienvenido para explicar las “razones” del sujeto detrás de la lente.

Sin embargo, Kyle Thompson desafía todo este léxico detrás de sus imágenes; opta por establecer un vínculo –en primera línea– entre el ambiente y los personajes elegidos, para luego dialogar con quien observa. Al final, el fotógrafo entiende que la única interpretación que genera su interés corre a cargo del público.

Nacido durante enero de 1992 en Chicago, Estados Unidos, el artista muestra influencias que son difíciles de adoctrinar. Si bien el surrealismo tardío es pieza fundamental de su trabajo, todo el concepto como movimiento artístico lo redefinió al punto de situarse en un lugar medio.

Así, no determina escenarios barrocos o cargados de símbolos que impidan visualizar el mensaje que persigue, al contrario, se asegura de exhibir la relación más simple entre ellos con la naturaleza. A pesar de esto, Kyle Thompson no satura los planos, prefiere que vivan y cada uno ofrezca lenguajes propios. Incluso, esta vía de trabajo le ha permitido lograr cierta narrativa que perdura en la fugacidad de sus capturas, elementos de llamar la atención.

En este sentido, su labor le ha permitido traspasar la Unión Americana para ser presentado en Europa, especialmente en Italia, donde la crítica especializada lo ha recibido de buena manera, pero el detalle que lo termina haciendo único es lo denominado “autorretratos surreales”: si la naturaleza y artículos de la vida diaria están presentes en su obra, él mismo figura al interior de sus instantáneas.

Si en este momento lo surreal termina definiéndolo, no puede quedar de lado que el aspecto onírico también queda evidenciado. Ya sea por las poses que prefiere, su atmósfera delineada por ciudades “fantasma” o la soledad misma, la cual funge como un personaje complementario con su imagen personal.

Aunque –justamente– cohabitan otros elementos a manera de poética, desde lagos, ríos, bosques, todo bajo lo cual pueda trabajarse para su interés queda supeditado a su visión poco ordinaria. Al respecto, Kyle Thompson, encuentra una razón para ser él mismo modelo de sus fotografías: la simple timidez.

Cuenta que la timidez le ha impedido relacionarse con la gente, quedando a un costado del trato normal con “los otros”. Ello, sumado a que requería un medio para alcanzar sus emociones le ha permitido –también– explotar su imagen.

Entre tanto, su estilo también le vale que sea definido como un artista que gusta de señalar los miedos de la gente, ya sea claustrofobia, melancolía, al fracaso y a la muerte, no como un hecho romántico, al contrario, despertar de emociones que conducen al ser humano a reconocer sus limitaciones y afrenta al deseo para no existir.

Algunas más, Kyle Thompson, prefiere situarse en lo más alto de un árbol, yacer amarrado a la intemperie y dejarse llevar por el viento, aunque el común denominador de su trabajo la presencia del cuerpo desnudo, su contacto con la naturaleza y aquello que puede lograr a través del público.

En cierto sentido, su obra recuerda a Robert Doisneau, no por la predominancia de la gente, sino por los instantes de introspección que logró, es decir, focalizarse en un elemento del todo, para hacerlo brillar por encima de los demás contenidos. De esta manera, el sujeto queda reducido a su característica más inmediata, él mismo.

Uno de los ejemplos para lograrlo es “El beso del Hotel de Ville”, imagen que sitúa a dos “enamorados” en dicho sitio, en blanco y negro, que traspone el ideal romántico sobre todas las cosas. No importa la saturación de los planos, sino el efecto emocional que impregna en quienes la observan.

Este objetivo también corresponde a Kyle Thompson, quien ha entendido que este factor es necesario en toda obra, de lo contrario la fotografía termina siendo un lugar común del cual no se escapa. Por eso el diálogo onírico es importante para él, pues asimila tras desvanecerse lo único que resta es el desconcierto, una de las emociones de la cual no hay salida. Igual pasa con la angustia, estado de ánimo que se fija en la mente sin poder responder a cuestionamientos. Aproximarse a Kyle Thompson no sólo deja un buen sabor de boca, evoca –también– algunos miedos que no abandonan al ser humano.