Crítica, ¿piel delgada?

César Pérez González / @Ed_Hooover

El ejercicio crítico es, por definición práctica, de doble filo: increpar al objeto y ofreciendo una salida, la cual –en suma– difícilmente complace al creador. No se discute la veracidad o no del comentario, sino el atrevimiento. Precisamente, la
crítica exige despojarse del velo condescendiente para rondar en canales antagonistas, sólo de esta manera es posible aportar un punto de vista. De lo contrario, ¿sirve acaso emitir opiniones sobre mismos caminos? En cada ámbito de la vida cotidiana los ejemplos sobran y se ha utilizado la crítica como bandera de confirmación, validando los entornos para explicar razones y no la decisión. Es decir, justificar los medios para enarbolar el fin.

Situados en la crítica literaria, ¿cuáles son los valores que deben privilegiarse para su realización? ¿Qué se observa cuando se aborda un objeto o discurso?
Sencillamente debiera tomarse en cuenta el momento histórico y los valores estéticos bajo los cuales está regido, para luego establecer su correspondencia con lo que habitualmente se considera “tradición”. Parece –sin embargo– que está
fórmula queda fragmentada de inmediato por ciertos códigos, como exaltación del autor o emotividad descontrolada.

Apuntaba –al respecto– Jorge Cuesta en el prólogo a la “Antología de la poesía mexicana moderna” que una obra debe contar con herramientas para defenderse a sí misma y nunca estar por debajo del creador porque entonces desde un segundo plano se compromete su lugar en la historia, es decir, la trascendencia. Claro que al momento de subrayarlo la crítica literaria mexicana se gastaba a través de polémicas cuya valía radicaba en saber argumentar en los medios necesarios, revistas, periódicos o la naciente industria radiofónica.

Ahora, sobre el objeto o discurso se necesita tomar en cuenta dos variantes del ejercicio crítico: semblanza y reseña. Cada una aporta características a lectores especiales. Mientras la primera es cercana a la biografía delimita al sujeto tanto en historia como experiencias; así, se especializa lo mismo en Michael Faraday que William Blake y en no pocas ocasiones es punta de lanza para
aproximarse al personaje, no por ello un acto facilista.

Mientras la reseña abre el panorama y permite focalizarse en la obra, considerando su posible impacto histórico, rasgos novedosos o todo lo contrario: quebranto del canon, re-fundación, continuidad o sinsabor. En no pocas ocasiones se ha repetido un error: si el objeto es narrativo centrarse en argumentos de tal
suerte que sobresalga la habilidad creativa para establecer empatías lectoras comerciales. Mejores opiniones redituarán en consumo. Pero su ejercicio crítico es sugerido apenas por el establishment.

El texto poético no se salva de esta costumbre, por doloroso que parezca y quien escapa por decisión propia incomoda hasta ser atacado; no es secreto que también la tradición literaria se funda en escaparates del llamado “quedar bien”, sería ingenuo negarlo, pero sí es responsabilidad personal no seguir con dicha
práctica. Insisto, ¿cuáles son los valores actuales de la crítica –literaria– en este caso? Aventuro a responder: la negación; no dar por sentado ideas pasadas, traerlas al contexto actual y verificar su aplicación.

Dudar es principio básico para este efecto; cuestionar toda afirmación y extrapolar su la “trascendencia” a manera de rigor estilístico. Crítica es igual a rigor. Pero, ¿qué se observa? Dos rasgos hacia un fin: surgimiento, historia; actualidad. En oposición –no se puede negar– opera la vida inmediata, intereses y modas; costumbres y, por qué no decirlo, falta de una toma de partido, “entrarle al toro por los cuernos”, se alegaría.

Curtirse la piel delgada que tanto daño hace a propios y extraños;
entenderse perfectibles hasta sacar del imaginario colectivo la absurda justificación de crítica “negativa” o “positiva” y co-habitar en ella, por el bien de su experiencia. Coincido con el poeta Fernando Salazar Torres en que la crítica debe ser incendiaria, así debe entenderse y llevarse a los confines necesarios, tal cual
lo ha enseñado con buenos dividendos las escuelas europea y norteamericana que sin miramientos saben deconstruir objetos literarios para decir “no más”.

Aunque también han señalado al menos en los últimos 50 años caminos de experimentación replicados en Latinoamérica y México. En dado caso, quien no apunta convalida y de tanta repetición la vista se cansa; asumir una crítica literaria
responsable vuelve a ser exigencia, ¿o no?