“1994”, los demonios sueltos

César Pérez González / @Ed_Hooover

Citando a Maquiavelo, durante los minutos iniciales, en tono advenedizo, frente a cámara, Salinas de Gortari –de nombre Carlos– dice, palabras más o menos, que en una reforma política son los afectados quienes inmediatamente acusan un perjuicio en su contra. En tal idealismo estadista los beneficiados no perciben rápidamente la ayuda de la cual son objeto. No es casual esta visión, al contrario, se aproxima al talante que marcó el gobierno federal de 1988 a 1994.
Así inicia la miniserie de Netflix “1994”, inmerso en la dialéctica del expresidente y por al menos seis años primer priista de la nación, mote celosamente guardado para quien ocupara la silla de Palacio hasta 2000 con la salida de Ernesto Zedillo Ponce de León. Ensayar lecturas sobre esta miniserie implica una sola pregunta: ¿por qué Salinas de Gortari? Antes de abordarla, bien debe considerarse que la producción dista de ser un documental en el sentido estricto, pues ¿qué documenta?
Un punto de vista dominante, como del expresidente, opaca los testimonios subyacentes y limita toda la atención en él, situando a quien observa en su discurso, su ideología. Entonces, cualquier hecho narrado se basa en lo políticamente aceptado por la cúpula que representa, convirtiéndolo no en documental, sino acto de contrición con fines prácticos, mantenerlo actual, en el ahora.
¿Por qué Salinas de Gortari? Simple, porque no debió ser otro: no son las palabras de “Galeano” o Federico Arreola, Luis Donaldo Colosio o Manuel Camacho Solís; ni los discursos incómodos. Es afirmar en imágenes cómo se valida una verdad histórica y el poder en su expresión romántica, el “dedazo”. Precisamente, se idealiza el método priista para selección de candidatos, un partido infestado por “demonios que andan sueltos” y discursos agotados.
No es casual que mientras Carlos Salinas –en su papel de narrador– se asume patriota, insista en la imagen de “boy scout” apropiada a Colosio; en cambio, Camacho Solís es exhibido a manera del gran competidor en una contienda perdida; genio y figura en atender el levantamiento zapatista. Este patriotismo no dista del carácter salvador asumido por Richard Nixon tras descubrirse el “Watergate”, sino encumbra la necesidad de justificarse ante la opinión pública. De ello se desprende la necesidad que poner distancia sobre cualquier responsabilidad que tenga en el llamado “error de diciembre”.
Con Ernesto Zedillo no es menos amable, le responsabiliza por las pifias en los homicidios de Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, expresidente nacional del PRI. En suma, ¿qué necesidad hay en “lavarle” la cara a Salinas de Gortari? Es complicado realizar una crítica sin contemplar tales preguntas, pues en lo práctico se habla de un discurso audiovisual con clara tendencia ideológica, no informativa en el mejor de los casos.
“1994” carece de justificación periodística, porque no incorpora datos relevantes de los entrevistados, sino repite cada acto desde la memoria televisiva, la cual no era, en lo mínimo, imparcial en aquellos momentos. En terrenos de la producción, es imposible no destacarla; se vale de una excelente fotografía de Axel Pedraza, dirigida por Diego Enrique Osorno. Los cambios de tomas son fundamentales gracias a la edición, por lo cual es un producto llamativo y de fácil consumo.
Al menos en esta primera temporada algunos detalles como éstos son rescatables en “1994”, por lo demás, es cansado situar una línea discursiva en personajes del imaginario colectivo, sin calidad moral y extrapolados de su contexto histórico, pues ¿qué validez –siquiera social– tiene exhibir a los Salinas de Gortari como perseguidos políticos? Ninguna.
Tal vez, el motivo está en la cita de Maquiavelo y sea una respuesta de aquellas esferas que los cambios políticos no benefician –la parte por el todo– y buscan afianzarse en terrenos mediáticos para estar vigentes, si las circunstancias lo permiten. No veo otras razones que fuercen a tal grado la narrativa de “1994”; de otra manera sería un documento ingenuo y es de lo que menos peca. Hay una tendencia clara, no salirse del script histórico cuando este sexenio federal agonice y para luego, es tarde.